No hay mayor satisfacción que lograr las metas soñadas, y no hay mayor dolor que el que causan los sueños truncos… Por eso, “el deseo más ardiente es, cuando hemos fracasado en la realización de nuestros sueños, que nos sea permitido hacerlo por segunda vez”.
La fuente de nuestras más intensas satisfacciones es alcanzar aquello que deseamos ardientemente, como amar y ser amados, desarrollar un trabajo creativo y útil que traduzca nuestros intereses y capacidades; como conocer lugares interesantes, contar con el aprecio de buenos amigos, ver crecer a nuestros hijos sana y libremente; como tener la expectativa de un futuro confiable, personal y colectivamente, contar con líderes genuinos y sentir que podemos construir un mundo mejor.
Al mismo tiempo, esto es la fuente de nuestros mayores dolores, angustias y temores, porque como nadie acierta al blanco con la primera flecha, la búsqueda de satisfacer nuestros más ardientes deseos se convierte, para la inmensa mayoría de nosotros, en un camino jalonado de fracasos, esfuerzos que quedan a medio camino, desilusiones, obstáculos insalvables, caminos que se cierran, desencuentros y esperanzas fallidas. Cuánto dolor nace de la tensión entre la potencia del ardor con que deseamos y la fragilidad de los resultados que alcanzamos.
Ese día recibimos una maravillosa buena noticia: la fecundidad de hacer algo por segunda vez, superando el dolor del fracaso, el temor de atreverse nuevamente y las huellas en la conciencia de las esperanzas desgastadas.
Ese día recibimos una maravillosa buena noticia: la fecundidad de hacer algo por segunda vez, superando el dolor del fracaso, el temor de atreverse nuevamente y las huellas en la conciencia de las esperanzas desgastadas.
En el evangelio de hoy, Simón Pedro y sus colegas, cansados y frustrados, lavan las redes a orillas del Mar de Galilea, después de una larga noche de esfuerzos que no rindieron fruto alguno. En el mismo lugar, una multitud se agolpa alrededor de Jesús para escuchar sus enseñanzas. Para facilitar las cosas, Jesús sube a la barca de Simón Pedro, y continúa sus enseñanzas desde la barca. Con todas las diferencias posibles, esa multitud comparte la misma historia de los pescadores: han echado su red al mar de la vida y la pesca ha sido insuficiente, escasa o ausente, como nos pasa a tantos de nosotros.
Al terminar su prédica, Jesús, probablemente buscando una experiencia que confirme sus enseñanzas, les pide a los pescadores remar mar adentro y volver a echar las redes. Solo por cortesía, con todo el peso de su fracasada noche y con la máxima renuncia posible, Pedro vuelve a echar las redes, y todos se sorprenden al recoger la mayor cosecha de sus vidas: excesiva, inmanejable, sorprendente y milagrosa. Ese día, Simón Pedro, el resto de los pescadores y nosotros junto con ellos, recibimos una maravillosa buena noticia: la fecundidad de hacer algo por segunda vez, superando el dolor del fracaso, el temor de atreverse nuevamente y las huellas en la conciencia de las esperanzas desgastadas.
En el primer libro que publicó Freud, en 1895, hablando del sentido de su trabajo, escribe: “Solicita la realización de uno de los más ardientes deseos de la humanidad, a saber, el deseo de tener permitido hacer algo por segunda vez”. Esta frase devela en todo su esplendor la buena noticia de la pesca milagrosa. El deseo más ardiente de los seres humanos no consiste en alcanzar lo que anhelamos. El deseo más ardiente es, cuando hemos fracasado en la realización de nuestros sueños, que nos sea permitido hacerlo por segunda vez. Porque los aciertos de la primera vez nacen de la intrepidez de la inexperiencia, de la arrogancia de la ineptitud o de la inocencia del principiante. En cambio, los aciertos de la segunda vez se deben a la humildad del que ha sufrido, a la paciencia del veterano y a una confianza ya probada.
Todos estamos invitados a remar adentro en el mar de la vida y echar por segunda vez nuestra red, instrumento sagrado de nuestras búsquedas, volviendo a confiar en la vida, volviendo a confiar en nosotros, en los otros y en la sabiduría que nos enseña el fracaso. Jesús nos asegura que hay una misericordiosa ternura que está siempre más que dispuesta a darnos otra chance.
¡Bendito sea el Dios de las segundas oportunidades!
Ana María Díaz
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Magui dice:
20 abril, 2016a las02:20Gracias Ana Maria apenas estoy descubriendo tus artículos y estoy fascinada espero aprender mucho de ellos.
Elena dice:
8 febrero, 2016a las10:42Gracias Ana María, me encantó tu artículo. abrazo enorme
Maria Luisa Sordi de Matich dice:
8 febrero, 2016a las02:44Yo conozco de perdon; y conozco de segundas oportunidades: Hoy son mi cosecha y la posibilidad de vivir en la felicidad “trabajada”.
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