Hay una estrecha relación entre sorpresa y gratitud: “La medida en que estemos despiertos a la sorpresa, será la medida de nuestra gratitud; y la gratitud es la medida de nuestra vitalidad”.
Un arcoiris siempre se nos presenta como una sorpresa. No es que no se lo pueda predecir; sorprendente a veces significa impredecible, pero a menudo significa algo más. Sorprendente, en el sentido cabal de la palabra, significa de alguna manera algo gratuito. Aún lo predecible se transforma en sorpresa en el momento en que dejamos de darlo por sentado. Si supiéramos lo suficiente, todo sería predecible; y sin embargo, todo seguiría siendo gratuito. Aún si supiéramos cómo funciona todo el universo, el hecho de que haya un universo siempre nos seguiría sorprendiendo; tan predecible como podría ser, y sin embargo tanto más sorprendente.
Nuestros ojos se abren a ese carácter sorprendente del mundo que nos rodea en el momento en que despertamos y dejamos de dar las cosas por sentado. Los arcoiris tienen el poder de despertarnos. Un completo extraño podría tocarnos el brazo, señalar al cielo y preguntar: “¿Te fijaste en el arcoiris?”. Adultos aburridos e indolentes pueden volverse niños emocionados. Podríamos ni siquiera entender qué fue lo que nos sorprendió cuando vimos ese arcoiris. ¿Qué fue? La gratuidad estalla ante nosotros, la gratuidad de todo lo que existe. Cuando esto ocurre, nuestra respuesta espontánea es la sorpresa. Platón reconocía a esta sorpresa como el origen de la filosofía; podemos decir que también es el comienzo de la gratitud.
Nuestros ojos se abren a ese carácter sorprendente del mundo que nos rodea en el momento en que despertamos y dejamos de dar las cosas por sentado.
Un encuentro cercano con la muerte puede disparar esta sorpresa. En mi caso, llegó temprano en mi vida. Habiendo crecido en la Austria ocupada por los Nazis, conocía los ataques aéreos como una experiencia diaria; y un ataque aéreo puede hacernos abrir los ojos. Recuerdo que una vez las bombas empezaron a caer tan pronto como las sirenas de advertencia se apagaron. Yo estaba en la calle. Incapaz de encontrar un refugio antiaéreo, corrí hacia una iglesia que se encontraba a unos pocos pasos. Para protegerme de vidrios rotos y fragmentos de material que caían, me arrastré debajo de un banco y escondí la cara entre mis manos. Pero mientras las bombas explotaban afuera y el suelo temblaba debajo mío, sentí con seguridad que el techo abovedado caería en cualquier momento y me sepultaría vivo. Sin embargo, todavía no me había llegado la hora. El tono uniforme de la sirena anunciaba que el peligro había pasado. Y ahí estaba yo, estirando la espalda, sacudiéndome el polvo de la ropa y saliendo a la calle en una gloriosa mañana de mayo. Estaba vivo. ¡Sorpresa! Los edificios que había visto apenas una hora antes, ahora eran humeantes montañas de escombros. Pero nada de eso me sorprendió mucho. Mis ojos se posaron en unos pocos centímetros de césped en medio de toda esa destrucción. Fue como si un amigo me hubiera ofrecido una esmeralda en la palma de su mano. Nunca había visto un césped tan sorprendentemente verde, ni lo he vuelto a ver.
La sorpresa no es más que el comienzo de esa plenitud a la que llamamos gratitud. Pero es sólo el comienzo. ¿Encontramos difícil imaginar que la gratitud podría llegar a ser nuestra actitud básica ante la vida? En momentos de sorpresa, captamos por lo menos un reflejo de la alegría a la cual la gratitud abre las puertas. Más que eso, en momentos de sorpresa ya tenemos un pie en la entrada. Hay quienes aseguran no conocer la gratitud. Pero, ¿hay alguien que nunca haya experimentado la sorpresa? ¿Acaso la primavera no nos sorprende de nuevo cada año? O la amplitud de la bahía que se abre al tomar la curva de la ruta, ¿no nos resulta una sorpresa, cada vez que recorremos ese camino?
Las cosas y sucesos que causan sorpresa son meros disparadores. Comencé con los arcoiris porque nos sorprenden a la mayoría, pero hay disparadores más personales. Cada uno de nosotros tenemos que encontrar nuestro propio disparador. No importa cuántas veces ese cardenal venga a comer del maíz que los monjes esparcimos sobre la roca para alimentar a los pájaros en el invierno: siempre es un destello de sorpresa. Yo lo espero cada vez; hasta he llegado a conocer sus momentos favoritos para alimentarse. Puedo escuchar su canto mucho tiempo antes de que aparezca ante mis ojos. Pero cuando esa chispa roja se precipita sobre la roca como un relámpago sobre el altar de Elías, entonces entiendo la frase de e. e. cummings : “Los ojos de mis ojos están abiertos”.
Una vez que despertamos de esta manera, podemos esforzarnos para permanecer despiertos; y así llegaremos a estar más despiertos cada vez. El despertar es un proceso. El despertar por la mañana es un proceso totalmente diferente para cada persona. Algunos se despiertan de un salto, y están completamente despiertos por el resto del día. Tienen suerte. Otros deben hacerlo paso a paso, una taza de café tras otra; lo que importa es que no volvamos a la cama otra vez. Lo que cuenta en el camino hacia la plenitud es que recordemos la gran verdad que los momentos de sorpresa quieren enseñarnos: todo es gratuito, todo es un regalo. La medida en que estemos despiertos a esta verdad, será la medida de nuestra gratitud; y la gratitud es la medida de nuestra vitalidad. ¿Acaso no estamos muertos a todo aquello que damos por sentado? Seguramente, estar entumecidos es estar muertos. Para aquellos que despiertan a la vida a través de la sorpresa, la muerte queda atrás, no adelante. Vivir una vida abierta a la sorpresa, a pesar de toda la muerte que el vivir implica, nos hace sentir más vivos que nunca.
Reflexiones:-
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Marta dice:
7 marzo, 2020a las13:57….sostiene un baby en tus brazos, siente su latido…te estarás conectando con tu esencia divina…eso somos…pero lo olvidamosss…
Alejandra dice:
7 marzo, 2020a las09:44En tiempos de depresión, anhedonia y aburrimiento; la sopresa -emoción básica- es un poderoso rescate del ser. Miles de años de evolución han guardado esta reacción emocional que abre más los ojos para ver mejor y abre la boca para aumentar el ingreso de estímulos y prepara al cuerpo para que ingrese todo lo que pueda de ese entorno. Abundancia, plenitud, asombro, conexión; son algunos de los sentimientos que produce estar en “modo sorpresa”. Salir de piloto automático nos revela humanos y gloriosos a la vez. Si queremos revivir esos momentos intensos y alegres que resulta de sorprendernos, observemos a los niños, o bien despertemos a “nuestro niño interior “.
Gracias David por tus palabras.
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