Estamos llamados a formar una comunidad de perdón: “El perdón, antes de ser una palabra, un gesto, es un continente: es una comunidad. Una comunidad que nos extiende su mano, no una comunidad que nos señala con el dedo; una comunidad donde sentimos, donde nos hacen sentir, que no somos acusados sino invitados al perdón”.
Del evangelio de Mateo (18, 15-20)
Jesús dijo a sus discípulos: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”.
Jesús dijo a sus discípulos: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo. También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”.
El pasaje que terminamos de escuchar nos dice
que tanto el pecado como el perdón son un hecho comunitario,
y, a la vez, ambos son mi responsabilidad.
Primero mi responsabilidad hacia el pecador,
mi deber hacia él.
La responsabilidad de erradicar el pecado, de mostrarlo,
no para exponerlo;
para que desaparezca como la sombra desaparece ante la luz,
como se disuelve el pecado ante el perdón.
Ante el pecado del otro no debemos desentendernos con esa incomprometida tolerancia que no es otra cosa que solapada indiferencia;
tampoco con un comprensivo silencio que lo deje solo en la soledad de su pecado,
en el aislamiento al que todo pecado exila,
en la ruptura de la comunión que todo pecado realiza y es.
El perdón, antes de ser una palabra, un gesto, es un continente: es una comunidad,
una comunidad que nos extiende su mano
no una comunidad que nos señala con el dedo,
una comunidad donde sentimos,
donde nos hacen sentir,
que no somos acusados sino invitados al perdón,
aceptados en nuestra inaceptabilidad.
Sin la experiencia de ese sentimiento no hay arrepentimiento ni conversión,
porque nadie muestra una llaga si no espera que será curada,
nadie se desnuda si no espera ser arropado,
nadie pide perdir perdón si no espera ser perdonado.
El perdón es primero porque siendo pecadores nos amó Dios,
por eso la primera condición para que una comunidad aparezca ante los otros como una comunidad de perdón,
es aparecer como una comunidad que sabe que también en ella vive el pecado,
una comunidad donde sus hombres son iguales a todos,
salvo una cosa:
en que se saben perdonados por Dios.
Una comunidad que sabe que lo opuesto al pecado no es la virtud sino la misericorida de Dios,
una comunidad que sabe que ningún pecado le es ajeno,
que sabe que nada humano ni aleja ni asusta a Dios.
El domingo próximo escucharemos ante la pregunta de pedro la respuesta de Jesús:
debemos perdonar setenta veces siete: es decir, siempre.
Siempre podemos volver a empezar.
Y, no obstante, hoy se habla de expulsión de la comunidad,
se habla de cerrar las puertas, de dejar afuera.
Hoy se nos dice que hay un límite:
el límite es el pecador que no pide perdón,
porque el perdón es algo que se pide,
sino se lo pide no se lo puede recibir,
porque es en el vacío que nos cava el pecado donde se recibe el perdón.
Si no se abre el corazón en el reconocimiento del pecado
no se tiene lugar para acoger el perdón.
Es el límite de lo que cada ser humano puede hacer por otro,
lo que el otro deje hacer:
es el límite mismo de Dios: es el abismo de nuestra libertad.
El pecador nos necesita, necesita a cada hermano,
primero para saber, antes que su pecado,
nuestro perdón,
y el inocente también nos necesita,
nos necesita para que denuncie al pecador,
el que le quita la justicia,
la justicia del inocente por la que debemos velar.
Ser parte de una comunidad de perdón,
saberse perdonado mientras perdonemos,
es saber que el pecado que cada uno debemos denunciar
es la justicia que cada uno debemos encarnar.
Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.
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María Cecilia isaza dice:
21 agosto, 2018a las01:21Este mensaje me llego para compartir en mi comunidad que está viviendo momentos de mucho discordia
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