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Encarnar la transfiguración

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Hugo Mujica

En el pasaje de la Transfiguración, Jesús nos enseña que la contemplación no consiste en contemplar a Dios, sino mirar lo que Dios mira: la necesidad de los demás.


Del evangelio de Lucas (9, 28b-36)
Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se volvieron de una blancura deslumbrante. Y dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecían revestidos de gloria y hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño, pero permanecieron despiertos, y vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban, Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Él no sabía lo que decía. Mientras hablaba, una nube los cubrió con su sombra y al entrar en ella, los discípulos se llenaron de temor. Desde la nube se oyó entonces una voz que decía: “Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo”. Y cuando se oyó la voz, Jesús estaba solo. Los discípulos callaron y durante todo ese tiempo no dijeron a nadie lo que habían visto.

Pedro, Santiago y Juan
tienen la visión más excelsa
que alguien haya tenido sobre la tierra,
la visión con la que todos creeríamos haber llegado
a la cima del misterio de Dios,
la visión de su plenitud,
la irradiación de su gloria.

Pero cristianamente hablando,
la salvación no es la contemplación de Dios;
la salvación es el otro, el semejante,
el que se asemeja al Cristo, al Dios en carne viva.

Y Pedro, como lo hubiéramos hecho nosotros,
cree haber llegado:
Pedro quiere hacer una carpa para permanecer allí,
quiere la contemplación sin transformación,
la religión sin historia,
el espíritu sin la carne, la luz sin la sombra.

Quiere a Dios sin los hombres por los que murió Dios;
Pedro quiere aún su propia realización,
su propia espiritualidad,
quiere llenarse de Dios, no vaciarse como se vació Dios,
quiere la realización, no el sacrificio,
quiere la luz sin descender hasta la noche oscura de Dios.

Jesús, contrastantemente,
no busca quedarse en el monte de la transfiguración
contemplándose a sí mismo, viéndose en su propia luz;
tampoco permanecerá allí para que lo contemplen los apóstoles,
para cegarlos con su gloria.

Jesús baja y camina hasta la cruz;
todavía falta un trecho,
falta el calvario, el abandono y el morir.

Falta el descenso,
falta culminar la encarnación,
falta humanizar la religión,
falta dejarla en nuestra manos.

Jesús nos enseña que la contemplación no es contemplarlo a él,
mirar su gloria,
sino mirar lo que él mismo miró,
mirar a los hombres por los que él se encarnó,
los hombres, cada hombre, por los que murió.

Solo en el movimiento que va de lo alto a lo bajo,
del tener al vaciarse, de lo divino a lo humano,
se cumple la imagen de Dios en el hombre,

la imagen de un Dios trinitario
que se plasma en el movimiento que es salir de sí para entrar en el otro,
la imagen que el hombre cumple
entrando en la llaga del otro para permanecer en Dios.

Cristianamente hablando, no hay una interioridad contemplativa
que haya que proteger
ni una mismidad que hay que cuidar que no se disipe;
cristianamente hablando hay amor, hay amar.

Es el amor compasivo,
el amor que cristianamente se conjuga en el verbo dar,
donde todo se reúne
se reúne en el amor que se manifiesta en la cruz
que Cristo se dispone a abrazar,
desde la que se dispone a entregar su carne,
se dispone a morir.

A su lado, nos dice el evangelio, están Elías y Moisés,
pero ya no se trata ni de profecías ni de ley,
no se trata de legalidad;
se trata de algo más radical:
se trata de la compasión,
se trata de descender.

Es el descenso del Dios que, en Cristo,
se hizo hombre para abrazar lo humano,

un Cristo que hizo de la búsqueda del hombre
su camino de regreso al Padre,
que nos enseña que esa, la búsqueda del semejante,
es la búsqueda cristiana de Dios,

que olvidarse y renunciar a sí mismo,
es encarnar y encender la humilde pero concreta
transfiguración del calor de una mano extendida
en medio de la noche de los demás.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro, esloveno, rumano y hebreo.

www.hugomujica.com.ar

Reflexiones:

  1. REPLY
    Marta Eufemia Cardozo dice:

    Excelente “comentario” GRACIAS

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