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Ser testigos

Hugo Mujica

Ser testigos de Dios no es un privilegio sino una responsabilidad. Somos hechos sus testigos desde nuestra misma constitución humana, constituidos como apertura a los demás.


Del evangelio de Juan (1, 29-34)
Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A Él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que Él fuera manifestado a Israel”. Y Juan dio este testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo’. Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios”.

Juan el bautista es testigo,
el testigo que anuncia al elegido de Dios,
a Jesús, en su tiempo,
y hoy nosotros también somos testigos del mismo Jesús,
testigos de la fe que profesamos,

Podríamos reflexionar
sobre el ser testigo y en ello y para ello,
también nosotros elegidos de Dios.

Hoy de alguna manera debemos responder quiénes somos,
debemos responder que somos cristianos que alguna vez escuchamos esa voz,
debemos responder responsabilizándonos de lo que se hizo responsable Jesús.

También nosotros fuimos, somos,
los elegidos por Dios para preparar su camino,
para gritar su nombre en el desierto.

Saberse elegido por Dios, serlo,
como lo somos desde nuestro bautismo,
suele sonarnos a un privilegio,

pero nada de eso,
nada hay semejante a un privilegio escrito en los evangelios,
ni siquira para Jesús que murió en una cruz
como cualquier ladrón.

Ningún privilegio es dado ni a Juan el bautista,
ni a ningún discípulo,
discípulo de un Cristo que vino a servir y no a ser servido,
a anunciarnos al padre y no a sí mismo,
a mirar a los otros y no a admirarse a sí mismo.

Discípulo de quien nos envía hoy a predicar
a un mundo disperso,
un mundo a imagen de un rebaño sin pastor;

la elección, el llamado,
no es en absoluto un privilegio:
es una responsabilidad,
una responsabilidad a la que se responde con la vida,
que cuesta la vida,
como le costó a Juan el bautista,
como le costó a Jesús,

Pero una responsabilidad que también salva:
salva la vida cuando la entregamos como la entregó él:
cuando la entregamos por la verdad,
cuando la entregamos por amor.

Si nos preguntamos cuándo
o cómo nos llama Dios a dar testimonio de él,
cómo sigue sonando ese llamado que nos convoca al éxodo,
a la salida de nosotros mismos hacia los demás
y en esa salida nos salva,

podríamos afirmar que la palabra de Dios como llamado
es la exigencia misma inscripta en nuestra identidad humana y cristiana
de hacernos responsables del otro,
la exigencia moral de estar constituidos,
creados por Dios, como respuesta al otro,
como apertura y no como repliegue sobre sí,
no como salvación personal.

La palabra de Dios esta inscripta, manifiesta,
en el rostro del necesitado,
en los surcos del desierto de su vida;
está inscripta en las heridas de la necesidad,
inscriptas y esperando que nosotros las leamos,
que las reconozcamos como las sagradas escrituras
de la humanidad,
las escrituras que lee Dios.

Ese llamado, el del rostro del necesitado que nos mira,
es una elección, la elección que nos hace únicos,
pues la responsabilidad es intransferible.

Nadie puede sustituirme a mí: yo,
frente a él,
soy el único elegido para hacerme cargo de su necesidad.
para ser testigo de Jesús;

esa respuesta es la que nos hace únicos,
únicos ante él, únicos ante Dios.

Hoy, como en el momento mismo en que Dios se hizo hombre,
como el momento en que Juan el bautista lo anunció,
el testigo lo es con la propia vida, o nadie cree en él.

Hoy la palabra debe reunir lo más disperso
que hay en cada uno de nosotros:

nuestras palabras con nuestros actos,
nuestra fe con nuestro obrar,
nuestro vivir con nuestro ser testigos de la salvación,
de haber sido elegidos para testimoniar que el amor compasivo
es la palabra final,
que en ese amor se sigue haciendo carne Dios.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro, esloveno, rumano y hebreo.

www.hugomujica.com.ar

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