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Búsqueda mutua y liberación

Hugo Mujica

Dios busca al hombre, el hombre busca a Dios. Del encuentro nace la liberación humana: Dios nos libera del encierro egoísta, “entra para sacarnos, para librarnos, para desde nosotros entrar en los demás”.


Del evangelio de Lucas (19, 1-10)
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El quería ver quien era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Se ha ido a alojar en casa de un pecador”. Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más”. Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

El domingo pasado el evangelio
nos ponía ante un contraste:
el de un publicano y un fariseo,
un justo y un pecador,
el pecador a quien Dios hizo justicia,
a quien justificó.

Hoy la liturgia nos pone frente a otro contraste:
un pecador, Zaqueo,
un inocente, Jesús.

Todo los separaba,
la justicia y la muchedumbre:
sin embargo parecen
estar caminando uno hacia el otro:
pareciera que desde siempre se esperaban,
se buscaban,

como el hambre busca el pan,
como la misericordia busca al pecador,
la culpa al perdón,
el padre al hijo pródigo,
o como Dios busca al hombre,
al hombre que lo busca a él,

Jesús para salvarlo,
Zaqueo para dar frutos de salvación,
para reconocer su propia injusticia hacia los demás,
para repararla, para comenzar a dar.

Zaqueo quiere ver a Jesús,
la multitud se lo impide;
Zaqueo no teme al ridículo,
no se detiene frente a las reglas:
trepa un árbol: se expone, desnuda su búsqueda,
se expone a Jesús.

Jesús le ve, ve con amor: ve el deseo del otro,
ve a Zaqueo queriéndole ver,
lo ve buscándolo:
mostrándose, dejándose encontrar.

Jesús se dirige a Zaqueo, lo singulariza,
lo nombra,
lo reconoce,
también lo revela,
revela en el nombre de quién es lo que por ser llamado
puede llegar a ser:
tal es el contacto con Dios,
tal el encuentro con la verdad.

Lo llama por su nombre propio
y pide ir a lo más propio de él:
a la intimidad de su casa,
la casa del pecador, su interioridad.

Ahora el murmullo de los justos juzgan a Jesús,
ahora la justicia sin misericordia
revela su injusticia.

Jesús entra en casa de Zaqueo,
Zaqueo abre su casa a Jesús.

Es el encuentro, la fusión de dos deseos,
de dos llamamientos,
el del hombre que quiere salir de sí mismo dejando entrar a Dios,

y el de Jesús,
que busca y encuentra
lo que los justos dejan de lado:
la posibilidad de todo pecador:
su conversión, su posibilidad,
su generosidad encerrada bajo el miedo o la avaricia.

Jesús muestra la esencia de la misericordia,
la esencia de su presencia ante los demás:
rescatar la esperanza de la fatalidad,
lo posible de lo real, el bien del mal.

Jesús entro y Zaqueo salió,
salió hacia los demás porque uno solo,
uno solo de los demás,
creyó no en lo que era sino en lo que podía llegar a ser,
uno solo, Jesús,
lo aceptó tal como era para que llegue a ser tal como debía ser,
como todo hombre debe ser: un ser para los demás.

Zaqueo dará la mitad de sus bienes a los demás,
reparará sus faltas,
restituirá hasta cuatro veces más sus injusticias:

Zaqueo entendió muy bien,
entendió que Jesús no entra en nosotros para que nosotros nos quedemos en nosotros,
para que lo encerremos a él,

entra para sacarnos, para librarnos,
entra en cada uno de nosotros para desde nosotros entrar en los demás,

para arrastrarnos hacia los otros,
para llevarnos así hacia la salvación.


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