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El camino a Dios

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Hugo Mujica

Como los discípulos de Emaús, podemos perder de vista a Dios si lo buscamos en lo extraordinario, y no en aquel que camina a nuestro lado, necesitado de un pedazo de pan.


El camino a Emaús, óleo de Robert Zund (1877)

Del evangelio de Lucas (24, 13-35)
Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”.”¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron”. Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo a donde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: •Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

El evangelio nos pone en la situación más cristiana,
es decir más humana,
nos sitúa donde siempre deberíamos estar: nos pone en un camino.

Es asombroso, y es una revelación,
que ni resucitado Dios sea lo que nosotros quisiéramos que sea Dios:
una evidencia, una demostración… un poder.
Es revelador que Cristo, aún gloriosamente resucitado,
siga siendo tal como parece aquí: un hombre más,
una posibilidad de Dios.

Un hombre como todo hombre y toda mujer:
un ser en cuya insignificancia se revela Cristo,
en cuya inapariencia aparece Dios.

Los discípulos de Emaús están en camino,
se cruzan con Cristo pero no lo ven,
no lo ven porque en verdad no están en el camino que lleva a Dios.

Están en el camino de regreso, el de la retirada,
el que lleva de regreso al encierro en ellos mismos,
el camino de una fe que retrocede, de una fe sin esperanza.

Están junto a Dios sin ver a Dios;
la escritura nos dice que tenían los ojos cerrados.
Necesitan que Jesús les explique que el Mesías debía sufrir:
les explique el sufrimiento del amor,
les explique la debilidad de Dios.

También nosotros tenemos los ojos cerrados,
también nosotros caminamos junto a Dios sin ver a Dios,
esperando ver a Dios donde no está:
en el triunfo, en el reconocimiento… en el poder.

También nosotros tenemos el corazón frío
cuando no nos detenemos ante el dolor, ante la necesidad,
ante la indigencia de quien camina a nuestro lado.

Tenemos el corazón frío cuando no reconocemos en ese dolor
al pobre Cristo que sigue revelándose en ese dolor,
sigue mostrándonos que el Mesías debía sufrir,
que sigue sufriendo para que nosotros nos podamos convertir.

Cristo se revela en el camino,
en la exterioridad, en el anonimato de un caminante más,
de alguien que cruzamos en la noria de las calles,

y se revela también en la interioridad: en el seno de la casa,
la de los discípulos de Emaús y en la nuestra, en la iglesia,
aquí donde permanece en el pan y en el vino,
aquí donde se nos da…

Otra vez en lo más cotidiano, lo más común,
lo más oculto:
la palabra que se anuncia, el pan que se parte.

Pero Dios se revela en sus palabras
no para ser oído sino para ser vivido,
no meramente para ser escuchado sino para ser encarnado.

Sin ese paso del escuchar al obrar,
del recibir al dar,
estamos mintiendo, no con palabras sino con actos:
los actos que no realizamos,
el pecado de omisión hacia la necesidad a la que no respondemos,
hacia el Dios sufriente al que no reconocemos.

Cristo se va pero queda en la Eucaristía,
en el pan partido, entregado,
masticado y desaparecido.

Cristo desaparece de la tierra pero nos deja su palabra y su eucaristía,
pero desaparece también como pan y como vino para ser carne en nuestra carne,
para seguir obrando, seguir entregándose.

Sabemos que no basta tragar la hostia y decir amén,
ni mostrar recogimiento después de haberlo hecho;
no basta mirar hacia el cielo
si a la salida del templo no abrimos los ojos
para ver quién camina a nuestro lado,
quién duerme sobre nuestros umbrales,
quién necesita nuestro pan.

Estar aquí no basta si no arde nuestro corazón de vergüenza y de dolor
ante el dolor de quien sufre,
ante el dolor humano donde sigue crucificado Dios.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar

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