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Espíritu: fecundidad y entrega

Hugo Mujica

En la tradición cristiana, el Espíritu Santo es la vitalidad de Dios, su continuo hacerse; es el Espíritu que se nos entrega para que nuestra vida sea entrega a los demás.


Del evangelio de Juan (20, 19-23)
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Vivo no está quien respira,
quien simplemente vive,
sino quien vive una vida que no deja de nacer,
que no se cierra a la creatividad,
a la fecundidad que es Dios,

porque tampoco Dios es un sustantivo
ni es un ente supremo, algo ya acabado,
carente de vida, de transformación,
de novedad.

Dios es un verbo, y ese verbo se llamó Jesús,
y el conjugarse de ese verbo,
el hacerse y seguir siendo tiempo,
se llama Espíritu creador,
soplo de Dios,
Espíritu, fuerza y energía de la fecundidad de Dios,
de su nacernos Dios.

Dios es Dios creándonos,
y es en ese crearnos que sigue estando en nuestras vidas,
en la de cada uno de nosotros donde busca vivir
donde para vivir él nos creó,
donde busca seguir siendo vida, ser creación.

Esa vida, de nuevo, ese poder transfigurante,
ese darnos a cada instante nuestro naciendo
lo llamamos Espíritu:
lo celebramos hoy.
Hoy es su fiesta, hoy es Pentecostés.

Como la luz que ilumina y en lo iluminado la dejamos de percibir,
en lo encendido se oculta,
así el Espíritu es lo más inaprehensible de Dios,
porque es su irrepetible novedad,
porque Dios es Dios por no ser nunca igual a lo que ya fue,
por ser espíritu, por ser despliegue,
por ser creación.

Es la trasparencia que muestra al Hijo,
la transparencia sin la cual no podríamos ver en cada hombre a un hijo de Dios.

El Espíritu Santo es el silencio
que hace que en las palabras de la escritura
podamos escuchar el decirse de Dios;

sin ese Espíritu serían palabras de sabiduría pero no de salvación,
sin el Espíritu en la misa comeríamos pan y no el cuerpo de Dios.

El Espíritu Santo es Dios rebasándose Dios,
y Dios se rabasa amando,
y amar es crear, en engendrar.

Dios se exterioriza espíritu para que ya nada quede fuera de él,
para que en él vivamos, nos movamos y existamos,
en él y a él inhalamos y en él y a él exhalamos
en el flujo y reflujo que nos hacer ser.

El Espíritu es la historicidad de Dios,
su ser tiempo,
su seguir estando cuando la carne del verbo ya ascendió.

Decir Espíritu es nombrar
el tiempo del desplegarse de Dios,
su venir hacia nosotros llevándonos hacia él,
creándonos a su imagen el uno en el otro
y llamar cielo a ese infinito crear.

El Espíritu Santo, para resumir y radicalizar,
es la libertad de Dios, y Dios es libre dándose,
y se da creando en nosotros
lo que en nosotros llega a ser él.

El Espíritu Santo es una manera de nombrar el soplo de un Dios
que entra en nuestras vidas para liberarnos de una fe que no es riesgo,
de una vida que no es entrega,

librarnos de una vida sin la fecundidad que es el ser y el dar del Espíritu,
el Espíritu que crea y fecunda
porque el Espíritu es el nombre del amor,
el soplo que busca entrar en nosotros para sacarnos de nosotros,
para que nuestra vida sea dar vida,
para que podamos amar.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar

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