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Poseer fecundando, fecundar entregando

hugo-100x78Hugo Mujica nos llama a preguntarnos acerca de cómo nos relacionamos con las cosas y las personas. ¿Poseemos algo para aferrarnos a ello, o lo cuidamos, lo hacemos crecer, lo entregamos? “Hay una sola manera de tener: el entregar. Producir frutos, madurar, como madura un árbol sus frutos: para entregarlos, para trascenderse en esa entrega”.


Evangelio según san Mateo (21, 33-46)
Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Escuchen esta parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: ‘Respetarán a mi hijo’. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: ‘Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia’. Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?”. Le respondieron: “Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo”. Jesús agregó: “¿No han leído nunca en las Escrituras: ‘La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?’. Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos”. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

Si la parábola que acabamos de escuchar terminase en ese final feliz que nos hace sentir complacidos con la sabiduría de Dios,
si se conjugara en un tiempo pretérito,
sería una simple pieza de literatura.

Sería la descripción de un hecho del pasado
y en ese pasado se agotaría,
nosotros podríamos seguir tranquilos:
el reino de los cielos ya se nos fue entregado,
no hay más que conservarlo,
no hay más que dejar todo como ya todo está.

Pero no es mera literatura: es palabra de Dios y, por tanto,
palabra que sigue siendo actual,
que sigue hablando hoy,
que sigue interpelándonos a nosotros.

Es palabra viva y por tanto, no tiene final,
comienza de nuevo y por primera vez en cada vida que la recibe,
en cada corazón que fecunda,
en cada libertad a la que apela.

La historia es simple: algo se es dado para custodiar,
algo vivo y, por tanto, custodiar es cuidar, cuidar es hacer crecer,
conducirlo a su propio despliegue,
fecundarlo y, consecuentemente, entregarlo,
recibirlo y donarlo, origen y destino de todo lo creado,
de todo lo que nos fue y nos es dado.

Algo que puede ser una viña, una propiedad o la vida misma.
La historia de la parábola es simple, es la historia humana:
El hombre acerca lo que debe dar. Se hace dueño de lo que le es dado para poseer fecundándolo, fecundarlo entregándolo.

La palabra de Dios se proclama hoy y aquí,
para nosotros,
y es a nosotros que se nos dice que el reino se nos será quitado para ser entregado a otro,
cada uno de nosotros debe saber si esa advertencia, casi diría esa amenaza,
es justa o injusta.
Cada uno debe saber si aferra o libera lo que tiene,
si lo guarda y asfixia o lo entrega y así lo despliega.

Hay muchas formas de poseer, muchos gestos para aferrar,
pero hay un criterio que los escribe o los denuncia a todos por igual: aferramos, poseemos,
todo aquello que no hacemos libre,
todo aquello que enjaulamos, lo tengamos o no lo tengamos,
lo poseamos o lo codiciemos,
y no solo lo que poseemos sino también lo que nos posee.

Aferramos y poseemos cuando lo que tenemos nos sobra,
cuando la medida de nuestra necesidad es lo que queremos tener y no lo que los demás deben tener:
lo que a ellos les falta.

Podemos poseer un talento cuando lo usamos para nosotros,
para nuestra propia realización y no para el servicio hacia los demás.

Un padre o una madre pueden poseer un hijo cuando no lo hacen libre,
cuando no lo educan para hacer lo que el hijo es
y no el simple proyecto del deseo de ellos de lo que debe ser,
o lo que ellos no llegaron a ser.

Podemos poseer y aferrar incluso una virtud cuando la ejercemos para nuestra propia realización,
o cuando la ejercemos como inversión y no entrega,
cuando nuestra mano derecha sigue sabiendo lo que hace la izquierda,
cuando por lo que hacemos esperamos recompensa,
cuando seguimos contando lo que supuestamente dimos.

Podemos poseer y aferrar lo que amamos cuando traemos lo amado hacia nosotros
en lugar de ir hacia ello,
o más aún,
cuando nos damos un paso atrás para regalar al amado un nuevo espacio de libertad.

Podemos aferrar y poseer una verdad
cuando esa verdad no se abre al diálogo,
cuando no se constata con la vida, la propia y la de los demás.

Toda cosa lleva a decir un diálogo a través del cual respira, se abre, se mantiene viva;
nada está cerrado en la vida al menos que lo encerremos,
nadie está inmóvil en la vida al menos que lo matemos.

Hay una sola manera de tener: el entregar.
El reino, la viña, una vida con sentido, dice el evangelio,
será dada a “un pueblo que le hará producir sus frutos”,
producir frutos, madurar, como madura un árbol sus frutos:
para entregarlos, para trascenderse en esa entrega,
para ser semilla en la viña de los demás.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar


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