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Tu tesoro, tu corazón

Hugo Mujica

Detrás de la búsqueda de posesiones materiales se esconde la verdadera sed humana: la búsqueda de aceptación y de amor. “Solo hay una cosa de valor para un ser humano: otro ser humano”.


Del evangelio de Lucas (12, 32-48)
No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. Pedro preguntó entonces: “Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?”. El Señor le dijo: “¿Cuál es el Vivir Agradecidosistrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará Vivir Agradecidosistrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: ‘Mi señor tardará en llegar’, y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más.

“Vendan sus bienes y den limosna”.
Ahora, a 2000 años de ir aguando el evangelio,
estas palabras nos suenan demasiado radicales,
nos suenan a imprudencia.

Incluso nos suenan a delirio místico,
como mucho estaría bien para que lo hagan los monjes,
no nosotros que somos realistas,
que vivimos en el mundo real,
el mundo que se rige por el lucro y el interés,
el mundo del que somos parte y en parte lo hacemos nosotros mismos.

Quizá, es verdad, no seamos ricos,
incluso puede no alcanzarnos para vivir como quisiéramos,
incluso como necesitaríamos,

Pero todos tenemos alguna riqueza,
cada uno atesora alguna clase de bienes,
aferra alguna clase de riqueza,
material o incluso espiritual,
y la una o la otra son lo mismo: son el aferrar.

Jesús no nos habla de desprendernos de nuestros bienes porque sea un Dios que desprecia la materia,
ni un asceta que exalta la pobreza por la pobreza misma,
ni siquiera nos llama a preguntarnos sobre la trasparencia de nuestros bienes,
sobre el origen de ellos,
sobre lo que hemos hecho o dicho para tenerlos
o de lo que hemos omitido o callado y sido cómplices para no perderlos.

Jesús no apunta al origen sino al destino de todo lo que tenemos: apunta al semejante, al otro hombre,
al hombre cuya necesidad es el juicio sobre mi posesión.

“Vendan sus bienes y den limosna”.
El acento no está en dejar de tener sino en comenzar a dar,
no en empobrecernos guardando para nosotros,
sino enriquecernos dando a los otros.

Es para entrar en la dinámica del reino de los cielos,
en el movimiento de la donación,
que el Señor quiere que demos,
que demos lo propio para salvarnos de nosotros mismos,
que soltemos para no aferrar la ilusión del tener,
la ilusión de la propia seguridad,
el espejismo de la propiedad.

“Donde está tu tesoro estará tu corazón”.
El evangelio nos llama al desprendimiento,
nos llama al semejante, y, en ello, en lo que nos desprendemos,
nos revela dónde está nuestro corazón,
dónde estamos encerrados, dónde nos aprisiona el miedo,

el miedo que queremos exorcizar poseyendo,
que queremos extirpar acumulando posesiones,
contando y apoyándonos en ellas,
haciendo de ellas nuestra seguridad, nuestra autonomía.
Dar, dar hasta el final, es el comienzo del reino,
dar hasta no tener más que dar, es comenzar a darse uno mismo, es la salvación.

El tener dice “yo”, el dar dice “tú”.
Para mí o para el otro,
que es lo mismo que decir, para mí o para Dios.

Solo hay una cosa de valor para un ser humano:
otro ser humano,
otro ser que nos acepte y nos confirme,
y esa aceptación, ese abrazo, ese calor,
sabiéndolo o no,
es lo único que busca comprar nuestra riqueza.

Riqueza hecha de dinero o de cosas,
de prestigio o de poder,
hecha de muchas cosas pero habitadas por la soledad.

Otro ser humano, todo ser humano y cada ser humano,
es lo único que busca nuestro corazón,
lo único que busca comprar nuestro poder,
y, paradójicamente, lo único que no se puede comprar,

y más paradójicamente aún, el otro,
lo único que no se puede comprar,
es lo único con que se deja comprar Dios;

porque cuando acudimos a la necesidad del otro
llegamos a donde tiene su tesoro Dios,
porque es en el vacío de la carencia del otro donde late el corazón de Dios.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar


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