Virginia Gawel comparte reflexiones para cuando nos toque atravesar situaciones de profundo dolor: “Mientras sucede, recordemos que este dolor no es para siempre”, y también que luego de superada la crisis, “sabremos, un poco más, quiénes somos”.
Hay un tipo de dolor que tiene un sabor singular. Quien ha cruzado ese umbral conoce su aroma y su textura: podría enunciarse con frases como “No podré superarlo”, “Es una situación sin salida”, “Es demasiado para mí”. En esos momentos uno siente que el aliento de Vida no le alcanza para lo que tiene que afrontar. Y puede que lo que esté por delante sea algo sólo subjetivamente penoso (el adolescente que rompió con su amor de tres meses) u objetivamente lacerante. Pero el dolor es de uno. Como el nacimiento y la muerte: procesos de una intimidad radical. Y es justamente a esas dos instancias que los dolores extremos se asemejan. Tan es así que el notable Carl Jung consideró el proceso de ese tipo de dolor bajo la luz de los símbolos que los antiguos alquimistas expresaron en sus grabados, representándolo con un esqueleto o un hombre muriendo dentro de un recipiente de cristal, y en la boca del recipiente una paloma, el sol… símbolos del renacimiento luego de un proceso de transformación. Pero… ¿cómo es esa muerte emocional (en la cual lo que muere no es uno mismo, sino algo de sí que necesitamos aprender a soltar)? Y… ¿renacimiento de qué? Veamos…
Ese dolor profundo implica no sólo la extinción de lo viejo, sino que algo nuevo se está gestando mientras lo antiguo muere; es como si uno fuera un planeta cuyo eje se hubiese inclinado y los continentes comenzaran a desplazarse, reubicándose mares y montañas, fauna y flora, desdibujándose paisajes para volverse a crear otros nuevos. En el medio hay un factor: tiempo. Si fuésemos ese planeta… ¡cuánto crujiríamos hasta llegar a la nueva estructura! Y sí, crujimos. Lo que éramos necesitará “re-ciclarse” (iniciar un ciclo nuevo) y el primer paso se da en medio de estos dolores.
Hemos muerto y renacido: somos sobrevivientes. Y en ese renacimiento, el dolor se convierte en una cuota de sabiduría.
Hemos muerto y renacido: somos sobrevivientes. Y en ese renacimiento, el dolor se convierte en una cuota de sabiduría.
Alguna vez una mujer me dijo que sentía el inicio de ese proceso como si fueran cólicos emocionales: la inundaban, le hacían un torniquete interno hasta parecer que ya no lo soportaría… y luego la dejaban en paz… hasta la próxima vez… para volverse cada vez más espaciados, cada vez menos intensos… y desaparecer. Lo importante es, mientras sucede, recordar que eso no es para siempre: que es parte de un proceso (en el que será necesario evaluar si precisamos ayuda para transitarlo, asimilarlo), y que en algún momento de cruzar ese umbral, que es más bien un túnel, nos vamos asomando hacia el otro lado, empezándose a percibir lo luminoso del nuevo tiempo. Ese túnel es, más precisamente, un canal de parto. Y la tarea allí será autoparirnos (otro antiguo símbolo…) Deberemos ser la parturienta, la comadrona y el bebé… Pujar, gentilmente, pujar…
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