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El lugar de la espera

Hugo Mujica

Adviento significa espera, y hay un lugar de la espera por antonomasia: allí donde están los que esperan justicia, alimento, abrigo… allí donde Dios espera que seamos adviento para los demás.


Del evangelio de Mateo (11, 2-11)
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquél para quien yo no sea motivo de tropiezo!”. Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: “¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver, entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquél de quien está escrito: ‘Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino’. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”.

Juan el Bautista está encarcelado.
Cuando un hombre recrimina a los demás por sus vicios o errores,
ya resulta inaceptable,

pero cuando él mismo es consecuente con lo que afirma,
entonces los que le oyen se ven forzados o a cambiar de vida o, de una manera u otra,
suprimir la vida de quien los interpela,
el espejo que los desnuda.

Juan el Bautista está encarcelado;
pronto será suprimido, decapitado.

¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?,
pregunta Juan el Bautista.

La respuesta de Jesús no es ni un sí ni un no intelectual,
no es una disputa teológica sobre el mesianismo:
es una invitación;
nos invita a constatar la realidad,
a comprometernos con ella,
a estar allí donde su mensaje se manifiesta:

los ciegos ven y los inválidos andan;
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen;
los muertos resucitan,
y a los pobres se les anuncia la buena noticia.

Jesús se muestra a sí mismo por sus obras,
su identidad es su hacer,
porque su hacer es su entregarse
y ese entregarse es su ser,
y es la revelación de lo que en lo más profundo
también nosotros lo somos,
es lo que obrando debemos traer a la vida,
a la historia,
es lo que debemos encarnar,
es el reino que debemos crear para que los otros vean en él a Jesús.
Es la lógica de la encarnación.

Y adviento, sabemos, significa espera,
y hay un lugar por antonomasia donde están los que esperan,
donde el adviento es vida entera y no tiempo litúrgico,
porque la necesidad es constante,
porque la esperanza es de comida, y la comida es día a día, todos los días.

Por eso Jesús no se remite a lo religioso,
se remite a lo humano, a lo más humano: la necesidad,
el dolor, la pobreza… el cuerpo herido, la vida sin techo, la calle con frío.

No se remite a la religión sino a lo sagrado:
al dolor de los demás.

El paradójico lugar donde el reino se manifiesta,
el lugar donde Dios obra, donde Dios está.
Allí donde está el dolor, la necesidad:
allí donde no solemos estar.

Allí donde los pobres esperan la buena noticia,
donde esperan el pan que no tienen,
el que no les llega,
el de la justicia sin cumplir, las ganancias sin repartir.

Allí donde esperan el trabajo que falta,
allí donde reciben al limosna que humilla y no la justicia que dignifica.

La carta del apóstol Santiago nos instruye sobre cómo esperar el reino, la justicia, la paz:
con la paciencia y los sufrimientos de los profetas,

los que no callaron,
los que denunciaron la injusticia,
lo que denunciaron padeciendo el precio de Juan el Bautista:
dando la vida por la verdad, y en esa vida o en esa muerte,
testimoniando, mostrando,
en ese don y como don, el reino de Dios.

“Dichoso aquel que no se siente defraudado por mí”, escuchamos decir a Jesús;
cada uno somos la esperanza o la defraudación para los demás.

Y hoy, como en el tiempo de Jesús,
la respuesta es la misma, la única:
es la respuesta que dio Jesús:
estar allí,
poniendo el cuerpo, haciéndose cargo, acercándose:

Siendo la llegada del adviento para los otros,
los que no tienen otra pregunta ni otra respuesta que esperar,
otra vida que necesitar,
otra esperanza que la que nosotros seamos su adviento, vayamos hacia ellos,
hacia donde dándonos haremos de ese darnos el reino de Dios.


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