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Atención plena en el aula

En su libro “Atención Plena para Docentes”, Patricia Jennings comparte una anécdota que ilustra la eficacia de practicar la atención plena al momento de dar clases.


La práctica de la atención plena puede desempeñar un papel importante en una educación eficaz. La plena conciencia y el comportamiento consciente nos ayudan a mantener la compostura, la compasión y la sensibilidad hacia las necesidades e intereses de nuestros alumnos, al mismo tiempo que nos proporcionan la resiliencia necesaria para mantener nuestro bienestar personal en un ambiente de trabajo altamente exigente.

Practicar la atención plena mientras damos clases nos permite manejar el aula de manera proactiva. Nos permite notar más fácilmente cuando los niños están a punto de dejar de lado su tarea o ponerse inquietos, y así nos ayuda a prevenir problemas. Para ser conscientes de lo que está sucediendo en toda la clase y al mismo tiempo responder a las necesidades individuales de los niños, debemos ser capaces de cambiar el foco de atención de toda la clase a un niño en particular y viceversa, con cierta frecuencia y comodidad. Esto requiere un alto grado de flexibilidad de atención, que puede desarrollarse practicando ejercicios de atención plena con regularidad.

Al mismo tiempo, debemos procesar un aluvión de información cargada de emociones. Constantemente estamos supervisando y gestionando situaciones de conflicto que surgen entre los niños. Algunos alumnos presentan un comportamiento desafiante que nos resulta emocionalmente provocativo. Tanto padres como autoridades pueden ser críticos y exigentes. Además, nos enfrentamos a la presión de los exámenes y a los desafíos de estudiantes no preparados, muchos de los cuales tienen problemas familiares y de conducta, y que no reciben el suficiente apoyo.

La práctica de la atención plena puede ayudarnos a manejar el estrés y mejorar nuestra enseñanza y el aprendizaje de nuestros alumnos.

Debido a que dedicamos mucho tiempo a centrar nuestra atención en todas estas exigencias y necesidades, es posible que no seamos conscientes de nuestras propias emociones o de las de nuestros alumnos. Además, a pesar de trabajar en un ambiente altamente desafiante desde el punto de vista emocional, se nos pide que dirijamos la clase sin sobresaltos, y que satisfagamos las necesidades de estudiantes, padres y autoridades con calma y profesionalmente.

Ahora bien, si nos tomamos el tiempo para notar nuestra propia experiencia emocional podremos entender mejor las raíces de nuestra reactividad, y encontrar maneras de manejarla. Exploremos esta idea usando el ejemplo de una docente que tomó plena conciencia de sus estados emocionales, lo cual le permitió interactuar con sus alumnos de una manera nueva.

Karen es profesora de inglés en una escuela secundaria privada, cuyo nivel de exigencia académica es muy elevado. Cuando comenzó a trabajar en esta escuela, fue asignada a la clase menos deseada por los profesores: inglés de primer año. En un taller de atención plena, nos manifestó que las clases le provocaban angustia, era tímida y se sentía insegura. Sin embargo, vi que tenía buena disposición para aprender prácticas de atención plena e implementarlas en su enseñanza.

Estando nuevamente en el taller, al día siguiente noté un cambio dramático en su comportamiento. Se puso de pie con más presencia y parecía más segura. Comenzamos el taller pidiendo a los participantes que compartieran sus experiencias en la aplicación de la atención plena en sus clases. Karen fue la primera en levantar la mano, y compartió una historia increíble.

Cierto día, llegó a su curso preparada para dar una lección de gramática. Eran las semanas previas a las vacaciones, y sus alumnos de primer año estaban muy inquietos; lo último que querían hacer era aprender gramática. Comenzó la clase diciendo: “Hoy estudiaremos el uso del subjuntivo”. Sus alumnos murmuraban y se quejaban: “¡Odio la gramática! ¿De qué nos sirve aprender estas estupideces?”

Al enfrentarse a esta avalancha de quejas, deseaba huir y esconderse. Pero no lo hizo. Recordó lo que había aprendido en el taller, y comenzó a prestar atención a sus sensaciones. Sintió que el estrés inundaba su cuerpo, y que le temblaban las rodillas. Karen logró tener plena conciencia de la sensación corporal que la invadía, y que interpretó como miedo.

Luego comenzó a respirar profundamente para calmarse. Los alumnos seguían quejándose, pero ella hizo un esfuerzo consciente para no tomarlo personalmente. Una vez que se calmó, comenzó a notar las emociones de sus estudiantes. Vio que eran extremadamente hostiles y sarcásticos. Se preguntaba si podría encauzar toda esa energía negativa en aprender algo útil.

Entonces les dijo: “Bueno, me dicen que odian la gramática. Cuéntenme un poco más. ¿Por qué lo odian tanto?” Cuando sus estudiantes comenzaron a explicar sus sentimientos acerca de la gramática, Karen tuvo una idea.

“Bien, esto es lo que vamos a hacer. Quiero que escriban un poema sobre por qué odian la gramática. Pero tienen que seguir dos reglas: no pueden usar la palabra “odio” porque es demasiado fácil; busquen una manera más elaborada de expresar sus sentimientos. Y la segunda regla es que tienen que incluir algún verbo en subjuntivo”.

Motivados por el desafío, los alumnos se calmaron y comenzaron a hacer la tarea. Al final de la clase, habían entregado un montón de poemas sobresalientes. Así, aquellos estudiantes increíblemente hostiles y sarcásticos hicieron sus poemas evitando la palabra “odio” e incluyendo algún verbo en subjuntivo.

Mientras Karen contaba la historia, su rostro se iluminó como si finalmente hubiera descubierto el secreto de manejar a un grupo de adolescentes alborotados. Había logrado hacerlos participar con éxito en una actividad de aprendizaje productiva en lugar de intentar controlarlos desesperadamente.

Meses después, regresé de visita a aquella escuela y me encontré con Karen. Le pregunté cómo iban las cosas, y me dijo: “A decir verdad, a principios de año pensaba que no estaba hecha para ser profesora y estuve a punto de dejar la docencia, pero el taller cambió las cosas. Ahora realmente disfruto de lo que hago”. La sonrisa confiada en su rostro confirmaba sus palabras.

La práctica de la atención plena puede ayudarnos a manejar el estrés y mejorar nuestra enseñanza y el aprendizaje de nuestros alumnos. Mediante esta simple práctica podemos lograr tomar el comportamiento de los estudiantes y toda situación difícil en general de manera menos personal. Se trata de dar un paso atrás, reflexionar y descubrir cómo manejar la situación de una nueva manera; una manera que canalice la energía de los alumnos en lugar de luchar contra ella.

Tomado del libro Atención Plena para Docentes, de Patricia Jennings.


Patricia A. Jennings, MEd, PhD, es profesora asociada de Educación en la Universidad de Virginia, líder reconocida internacionalmente en el campo de la atención plena en educación. Sus investigaciones actuales se centran en aproximaciones basadas en atención plena que mejoran el contexto social y emocional en las aulas, y maximizan el aprendizaje de los estudiantes.


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