Habiendo sobrevivido a un cáncer, la autora confiesa que con el tiempo fue perdiendo la actitud de agradecimiento constante que le había proporcionado esa situación límite. Por lo tanto, concluye, el vivir agradecidos es una práctica diaria que busca cultivar el asombro ante todo lo que nos rodea.
La mayoría de nosotros tiene una cantidad de motivos por los que estar agradecidos. Solo pensemos: tenemos un par de ojos, oídos, pulmones y manos. Y como si esto no fuera suficiente, tenemos un corazón que late y un cerebro que nos maravilla; tenemos una piel que nos cubre, tenemos órganos brillantes y una variedad de sentidos bien sintonizados y nunca ociosos.
Nuestros cuerpos son un verdadero milagro, como lo es la naturaleza toda. Y si somos afortunados, tenemos gente que se preocupa por nosotros, tenemos un techo sobre nuestras cabezas, tenemos acceso a suficiente agua potable y comida como para no pasar hambre. Una verdadera avalancha de asombro nos arrasaría si tomáramos conciencia de cuántas razones tenemos a cada momento para ser agradecidos. Sin embargo, el tener incluso infinitos motivos para agradecer no garantiza que de hecho nos sintamos o seamos agradecidos.
Créanme, lo sé. Veintidós años atrás fui diagnosticada con cáncer grado cuatro. Para muchos de quienes siendo jóvenes le escapamos a la muerte sobreviviendo a condiciones en las que corría peligro nuestra vida, la vida misma llegó a ser un don por el que juramos que estaríamos eternamente agradecidos. Al comienzo esto fue así. Los primeros años en que el cáncer entró en remisión le dieron un contorno bien definido a las bendiciones en mi vida. Por ese entonces yo estaba “súper permeable”: cada experiencia me saturaba; yo era una esponja. Le decía a todos que vivía “con mucha agudeza”. Al no estar segura de cuánto tiempo más dispondría, me sentía asombrada por cada cosa, cada persona, cada momento vivido.
Fui desarrollando una especie de “tolerancia a la gratitud”: lo que antes era suficiente motivo para agradecer fue quedando atrás en mi búsqueda de nuevas metas.
Sin embargo, ante una capacidad que no está bien desarrollada, lo maravilloso puede hacerse condicional y transitorio. En mi caso, todas aquellas razones para sentirme bendecida entraron con el tiempo en el campo de lo dado por sentado. Aquello que fuera capaz de provocar mi gratitud fue haciéndose cada vez más elaborado. Año tras año fui desarrollando una especie de “tolerancia a la gratitud”: lo que antes era suficiente motivo para agradecer fue quedando atrás en mi búsqueda de nuevas metas. Empecé a estar más ocupada, a ser más “normal”, sumándome a quienes viven en una persecución crónica de objetivos y de la satisfacción que éstos prometen. Empecé a martirizarme con más trabajo, a quejarme del tráfico, de mi sobrepeso, de los resfríos; a compararme sin piedad con los demás; sufrí por el estrés y terminé agotada. Habiendo escapado de la muerte, ahora se me estaba escapando la vida.
Es comprensible. Nuestra cultura nos enseña que solo podemos “encajar” en ella si tomamos parte en cientos de conversaciones acerca de lo que nos falta y de lo que necesitamos (más horas de sueño, más confort, más amor sobre todo), para lograr el bienestar que buscamos con ansias. Ciertamente que de a ratos nos sentimos agradecidos cuando las condiciones son agradables y nuestras necesidades son satisfechas. Si algo bueno pasa, nuestra gratitud se despierta. Pero la gratitud puede desaparecer tan rápido como aparece: el presente se cubre de polvo, los amigos nos defraudan, el semáforo se pone en rojo, el sol se esconde tras una nube… y así volvemos a desear, esperar y hasta forzar nuevas razones para sentirnos bien, y por ende agradecidos. Esto se conoce en el léxico contemporáneo como “la búsqueda de la felicidad”.
Por contraste, en estos días estoy aprendiendo a acceder a una provisión de felicidad más profunda y confiable mediante el cultivo de la gratitud como una forma básica de sentir la vida: viviendo agradecida. Como dice el hermano David Steindl-Rast, “no es la felicidad lo que nos hace agradecidos, es agradecer lo que nos hace felices”. Luego de haber estado situada en ambos lados de esta frase, puedo asegurar que es verdadera. Soy mucho más feliz cuando soy consciente de lo que ya tengo, que cuando tengo más pero no soy consciente de ello.
Vivir agradecidos es una práctica diaria que se fortalece aprendiendo a enfocar nuestra atención a la plenitud que encierra cada momento, tal como se presenta.
Reflexiones:-
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Jose María dice:
6 septiembre, 2018a las17:08Muchas gracias Kristi! Todo un ejemplo el tuyo. Es cierto que las buenas costumbres hay que mantenerlas. Yo hace más de 20 años que todos los días me siento 15 minutos a escribir en mi diario de agradecimientos sin faltar ni un día. Mo Gawdat decía: “A mi cerebro sólo le permito pensamientos alegres o útiles”. Pues eso hay que hacer con el agradecimiento, determinación, “Solo me permito sentarme todos los días a escribir por lo que estoy agradecido”. Con tu permiso voy a compartir tu testimonio con la comunidad de diariodeagradecimientos.com, para que no sirva de inspiración. Un abrazo.
isabel dice:
19 abril, 2015a las22:43Hermoso.
Gracias por compartir.
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