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La persona, humanidad en miniatura

Cada persona reproduce a lo largo de su vida lo que la humanidad ha experimentado a través de la historia. ¿Qué podemos aprender, como individuos, de nuestro recorrido como especie?


La condición humana

La condición humana es el nombre que le he dado a la doctrina tradicional cristiana que fue propuesta por Agustín de Hipona bajo el nombre de pecado original y sus consecuencias. La doctrina de esa caída surgió del esfuerzo de los teólogos para explicar la perversión del ser humano. Todas las religiones, incluyendo la budista, taoísta e hindú, dan testimonio de la concupiscencia que ha afligido a la humanidad desde el principio.

Indudablemente la ciencia psicológica está llegando a una conclusión similar en cuanto a la profundidad de este mal. Es más, uno de los grandes beneficios de la psicología moderna es la precisión con que se define la naturaleza y las causas de la condición humana como nosotros la experimentamos. El descubrimiento del inconsciente por Freud hace más de cien años, ha tenido un tremendo significado en la vida espiritual. Más recientemente, los conocimientos sobre la familia con problemas y sobre la interdependencia de sus miembros, nos suministra un diagnóstico de la condición humana mucho más detallado que el de la doctrina de las consecuencias del pecado original y lo que aprendimos en las clases de catecismo sobre los pecados capitales. La ciencia y la reciente práctica de la psicología vienen a reforzar todo lo que anteriormente sabíamos sobre la dinámica de la motivación del ser humano.

El infante experimenta el mismo patrón de desarrollo progresivo y la misma escala de valores que el que experimentó la especie humana entera. En otras palabras, cada ser humano es un microcosmos de la historia de la humanidad y de su futuro. Seguiré el modelo evolutivo empleado por Ken Wilber, que él llama the great chain of being (la gran cadena del ser).

Cada ser humano es un microcosmos de la historia de la humanidad y de su futuro.

La consciencia reptiliana

Hace aproximadamente cinco millones de años, apareció el primer destello de diferenciación entre el ser humano y el animal, al desarrollarse en los humanos lo que ahora llamamos la “consciencia reptiliana”. El símbolo mitológico de esta consciencia es la serpiente comiéndose su propia cola, representando la repetición de los procesos naturales: día y noche, verano e invierno, nacimiento y muerte, deseos satisfechos e insatisfechos. Los seres humanos primitivos estaban sumergidos totalmente en la naturaleza. No se consideraban algo separado o apartado de la misma. Sus vidas giraban alrededor de las actividades para sobrevivir de día en día, tales como la búsqueda de alimentos y albergue, y la rápida satisfacción de sus necesidades instintivas.

El infante en su primer año de vida experimenta esta consciencia reptiliana, y está totalmente sumergido en placeres y cosas materiales. Ese primer año es una experiencia de unión con la madre y de continuidad de la vida que disfrutaba en su vientre. Si ese vínculo con la madre se establece de inmediato, el bebé está bien encaminado a emprender y aceptar emocionalmente la aventura de la vida humana.

La consciencia tifónica

Hará alrededor de doscientos mil años, la consciencia reptiliana dio un paso adelante, convirtiéndose en la “consciencia tifónica”. Este nivel consciente estaba arraigado en instintos primitivos y existencia animal, pero le permitía a estos nuevos seres humanos distinguir sus cuerpos de los demás objetos que lo rodeaban. Este tipo de consciencia se expresa generalmente en la mitología con el símbolo de Tifón, la criatura mitad animal, mitad humana, queriendo decir que estaba consciente de que poseía cuerpo propio, pero estaba dominado por sus instintos de sobrevivencia, nutrición y reproducción. La cultura tifónica giraba alrededor de la caza y la adoración de la Madre Tierra como protectora y proveedora de alimentos.

Las características de esta consciencia tifónica se manifiestan en el infante entre las edades de 2 a 4 años. El infante percibe que su cuerpo se diferencia del de sus hermanos y de los objetos que lo rodean. Respaldado por la recién iniciada capacidad del cerebro para procesar la información de los sentidos con gran rapidez, el niño desea explorar el mundo e intentarlo todo. Su consciencia infantil ve el mundo desde la perspectiva de la consciencia tifónica, medio humana, medio animal. Sus sueños contienen en su mayoría animales o imágenes de animales que personifican gente. Se caracteriza la conciencia tifónica por su semejanza en un sueño, lo cual se manifiesta en la imaginación y en los juegos. Una caja puede representar un automóvil, y un ropero convertirse en una nave espacial en la cual hacer un viaje a las estrellas o al centro del mundo. Un niño pequeño no distingue entre la realidad y lo imaginado, ni una porción de lo entero; todo lo que pueda hacer con su imaginación, para él es real o es factible; puede suceder. Otra similitud es que los niños sufren de terrores como los que típicamente aquejaban a nuestros antepasados: la oscuridad, lo desconocido, los poderosos elementos naturales, y los monstruos creados por la imaginación.

La consciencia mítica

Alrededor del año 12.000 A.C. ocurrió el movimiento de la consciencia tifónica hacia la “consciencia de comunidad mítica”, acelerado por la aparición del lenguaje, que junto con la invención de la agricultura, auspició este movimiento, al proveer tiempo libre para el arte, la reflexión, los ritos y la política. La división estatal de la sociedad en forma de ciudades y estados llevó primero a la adquisición de tierras y posesiones, y luego a la lucha para defenderlas o extenderlas por medio de guerras que paulatinamente fueron aumentando en proporción. En el nivel de comunidad mítica, el identificarse con la comunidad infundía a todos una sensación de pertenencia y de protección contra los enemigos, y la prolongación de la propia vida por medio de hijos. El cuerpo social, identificado con cierta ciudad o cierto estado o cierto círculo familiar, fomentó el desarrollo de jerarquías para los sacrificios rituales, la autoridad de reyes y nobles, y esclavos que sirvieran para la expansión cultural de los victoriosos de las guerras. A medida que la gente se volvía más consciente de la muerte y podían presentirla, querían a toda costa disimular el miedo cada vez mayor que le tenían. Proyectaban hacia el futuro una vida de la cual en realidad no estaban seguros. Los distintos métodos para olvidarse de la proximidad de la muerte, de acuerdo a algunos antropólogos fueron los que más impulso dieron a la formación de diversas culturas.

Entre los 4 y los 8 años de edad, el niño entra a un período de socialización y empieza a formar parte del nivel consciente de la comunidad mítica, en donde las posesiones, la competencia, el éxito, el pertenecer a un grupo y el interiorizar los valores de la sociedad estructurada están a la orden del día. En esta edad el niño absorbe sin discutir los conceptos de padres, maestros, compañeros la sociedad en que predominantemente se desenvuelve.

La personalidad íntegra consiste en responsabilizarnos no solo por nosotros mismos, sino también por las necesidades de nuestras familias, nuestras naciones y toda la humanidad, incluyendo las generaciones del futuro.

La consciencia mental egoica

Alrededor del año 3000 A.C. tuvo lugar el más formidable salto en la consciencia humana: la aparición de la razón. Los antropólogos le dieron a ese nivel de consciencia el nombre de “mental egoico” y su símbolo en la mitología griega es Zeus matando el dragón. Zeus representa el raciocinio, y el dragón, el dominio de las emociones y niveles primitivos del consciente.

En teoría, y para continuar con este paradigma, el estado mental egoico equivaldría a la época presente en que vivimos y al nivel de consciencia a que los seres humanos deberían llegar en un desarrollo normal, a partir de la edad de ocho años. Sería muy consolador si esto fuese así; la condición humana no sería esa corrupción que penetra e invade todo, sino más bien la evolución adecuada hacia una participación cada vez mayor en las oportunidades que la vida le ofrece. Desafortunadamente, junto con el surgimiento de esa conciencia totalmente autoreflexiva y el conocimiento de una identidad personal, se produce una sensación cada vez más acentuada de separación: junto con la aparición de los diferentes niveles de consciencia comenzó a percibir una sensación de alejamiento cada vez mayor de Dios, el propio ser, los demás y el universo.

La personalidad íntegra

La consciencia mental egoica es el resultado de moverse más allá de los impulsos instintivos egoístas y de la complacencia de los instintos que preceden al razonamiento, para darle paso a la personalidad íntegra. Es responsabilizarnos no solo por nosotros mismos, sino también por las necesidades de nuestras familias, nuestras naciones y toda la humanidad, incluyendo las generaciones del futuro. Pero a este nivel de consciencia no ha llegado la gran mayoría de la gente: la condición humana está aún bajo el dominio del falso yo con sus programas de felicidad creados por las etapas conscientes primitivas: seguridad (del nivel reptiliano), y afecto, estima, o poder y control (del tifónico). Como consecuencia, nuestro consciente, aunque seamos adultos en edad, continúa siendo en muchos aspectos infantil; y la sociedad en general se queda estancada a nivel de asociación mítica.

En los períodos reptiliano y tifónico de la evolución de la especie humana, la Madre Tierra personificaba la inocencia del paraíso que permanece en el fondo de cada ser humano. En vista de que cada época de evolución humana se presenta de nuevo en cada uno de nosotros, nos acordamos vagamente cuán agradable era sumergirnos en la naturaleza y disfrutar de las funciones meramente animales de nutrición y reproducción sin importarnos nada ni nadie. Existe en cada ser humano la tendencia de regresar al deleite de la existencia prenatal en el vientre materno; por naturaleza preferimos regresar a un lugar familiar que lanzarnos a lo desconocido.

Cada movimiento hacia una expansión humana precipita una crisis y está de acuerdo con el nivel de desarrollo (físico, emocional, o espiritual) en que nos hallemos. Cada crisis importante de crecimiento requiere desprenderse del alimento físico o espiritual que nos ha estado sosteniendo hasta ese instante y avanzar hacia una relación más madura con lo que nos rodea. En una crisis así nos inclinamos a buscar seguridad. Es típico de las consciencias reptiliana y tifónica el reaccionar a la frustración optando por la línea de menor resistencia, o por cualquier cobertura que brinde la anhelada protección con el mínimo esfuerzo. La capacidad de avanzar hacia la zona de responsabilidad personal se ve constantemente atacada por la tentación de retroceder a los niveles anteriores de consciencia y comportamiento. El crecimiento humano no es ni la negación ni la aceptación de ninguno de los niveles, sino la integración de los niveles inferiores del consciente con los más evolucionados.

Extractos del libro Invitación a amar, de Thomas Keating.

Thomas Keating (1923-2018), maestro de oración contemplativa, recuperó el método de la “oración centrante”, que recoge prácticas espirituales de los primeros siglos del cristianismo y de otras tradiciones. En 1984 fundó “Extensión Contemplativa”, organización ecuménica dedicada a difundir este método de oración. En 2012 participó de la conferencia “Beyond Religion: Ethics, Values, and Wellbeing” (Más allá de la religión: ética, valores y bienestar) junto al Dalai Lama y el hermano David Steindl-Rast. Es autor de más de 30 libros.


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