El otoño llega una vez más a nuestra vida, trayéndonos valiosas lecciones: amigarnos con nuestra oscuridad, así como la oscuridad le va ganando horas al día; desprendernos de lo que no necesitamos, al igual que el árbol se desprende de sus hojas, y, ante la vista de lo impermanente y perecedero, aprender a valorar el momento presente.
Se siente en el aire. No es solo la temperatura que descendió varios grados, invitándonos a desempolvar los pulóveres de un día para otro. El cambio es más abarcador, más hondo y a la vez más sutil. Algo está llegando a su fin, algo nuevo se presenta.
El otoño no es nuevo, por supuesto, como no lo es la primavera, el verano ni el invierno. En las latitudes del mundo en que las estaciones se explayan sin pudor, estas transiciones son familiares y a veces hasta esperadas con ansias. Pero siempre es asombroso el cambio de mareas que viene a recordarnos -sin falta, cada tres meses- que lo único cierto e indudable es la transformación.
En estos días todavía tibios, que alrededor del mediodía parecen arrastrar los pies rememorando fuegos pasados, ya olemos en la brisa los rigores que vienen. Nuestros cuerpos lo perciben: en un futuro no muy lejano habrá frío, habrá oscuridad, habrá calma y sosiego.
Y hoy mismo, todo es diferente. La oscuridad ya le subió la apuesta a la luz y ambas reclaman por igual su porción del día. Los árboles sueltan hojas y siembran semillas. El aire es seco, como si alguien hubiese estrujado la humedad del ambiente como un trapo. Los verdes mutan al amarillo con paso lento pero seguro.
¿Qué hacer? ¿Cómo prepararnos para recibir al nuevo mundo?
En lo terrenal y mundano, es sencillo. El deseo nos guía hacia las comidas calientes, los tés, las sopas nutritivas. Aun si vivimos en ciudades, podemos conectar con lo que ocurre en la naturaleza reencontrándonos con la cosecha de la época: nueces, zapallos y calabazas, uvas, peras y manzanas. Si disponemos de un poquitito de tierra, podemos plantar tubérculos: zanahorias, rabanitos, puerros y cebollas. También habas, porotos y verduras de hoja.
Nuestras cocinas se vuelven espejo de la estación si cocinamos esas mismas frutas y hortalizas, impregnando la casa con sus aromas: puré de calabaza, manzanas asadas con canela, peras al vino, nueces al caramelo.
Vivir el otoño es ejercitar el corazón valiente que le dice sí a todo. Amar, abrazar, y dejar partir.
Vivir el otoño es ejercitar el corazón valiente que le dice sí a todo. Amar, abrazar, y dejar partir.
Pero esta estación nos pide también movimientos más sutiles. Así como se acortan los días, el otoño nos llama, con su leve contracción, a hacer lugar a nuestra propia oscuridad. Dice la poeta Joyce Rupp, en su libro Little pieces of light: “Con gratitud reconozco que la oscuridad ha dejado de ser un enemigo para convertirse cada vez más en un lugar de silenciosa nutrición, un lugar donde es posible la lenta y segura gestación que requiere mi alma para crecer. Hoy no solo doy la bienvenida a la luz en mi vida sino que hoy comprendo cuánto necesito amigarme con mi oscuridad interior”.
Un segundo movimiento es el que vemos ocurrir a nuestro alrededor: soltar lo viejo, entregarlo a la tierra para que lo absorba, transmute y convierta en fértil humus para nuevos nacimientos. ¿Qué de todo lo que venimos forjando ha perdido impulso? ¿Qué estamos sosteniendo a fuerza de hábito o por puro miedo a dejarlo ir? ¿Qué podría ser bueno y útil nuevamente si lo despojáramos de forma, como un trozo de arcilla que estrujamos y volvemos a amasar de cero?
Como la materia siempre expresa e inspira al espíritu, una forma de ayudarnos en el soltar es hacerlo concretamente: desprendernos de todas aquellos objetos que hace rato que no usamos y encontrarles un destinatario mejor. Ser parte consciente del ciclo del dar y el recibir, entendiendo que no son instancias opuestas sino dos momentos del mismo gesto, gobernado por el amor.
Por fin, el otoño nos llama a reconocer con nuestras células la verdad de la impermanencia. Cada hoja que cae nos lo recuerda: nada dura para siempre. Lejos de penar por la transitoriedad, lo que este tiempo nos propone es aquel adagio que no pierde vigencia: Carpe diem. Este cielo que hoy miramos, con sus nubes antojadizas y su belleza, durará lo que un instante. Esa sonrisa que me regala mi hijo, mi amado, mi amigo, es una instantánea que no volverá, de esa misma forma, en mi vida o en la de ellos. Hasta el aire que respiramos, con sus aromas y sensaciones, es un recorte único.
Vivir el otoño es ejercitar el corazón valiente que le dice sí a todo. Amar, abrazar, y dejar partir.
Fabiana Fondevila
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silvia dice:
14 abril, 2015a las00:37Quisiera recibir mas comentarios tuyos. Muchas gracias
Silvia dice:
2 abril, 2015a las09:51Quiero ponerme en contacto con vos para recibir más comentarios tuyos,
Muchas gracias
Flora dice:
1 abril, 2015a las01:11Fabiana mi respeto y admiración, que bien escrito, tus palabras ayudan a perder el miedo a la “oscuridad”, tanto prejuicio sobre ella y ahora entiendo lo necesaria que es para luego poder germinar nuevamente, gracias
Cristian dice:
31 marzo, 2015a las16:15Fabiana, hermoso texto, brillante me atrevería a decir. Quisiera contactarme con vos para hacer uso de el, como podria? muchas gracias y felicitaciones.
lidia h. aleandri dice:
31 marzo, 2015a las12:57Absolutamente bello en la forma de expresar, en la simpleza y profundidad. Gracias Fabiana!
Alejandra dice:
25 marzo, 2015a las22:00hermossisimo!!!!!! gracias!!
Caro Rodríguez dice:
25 marzo, 2015a las15:09Muy lindo mensaje, gracias
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