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La Ascensión

hugo-100x78Celebrar la Ascensión es celebrar que la historia personal de cada uno de nosotros no morirá: “Nuestra corporeidad, la carne misma, la historia hecha huellas en nuestro rostro, la vida cargada en nuestras espaldas, todo eso entrará en el cielo: todo eso es definitivo, está grávido de eternidad. Todo eso, de alguna manera, será para nosotros Dios”.


Del evangelio de Marcos (16, 15-20)
Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: Arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán”. Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.

Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión,
la culminación de la vida terrenal de Jesús,
el cumplimiento de lo que él mismo anunció:
“He salido del Padre y voy al Padre”,
el movimiento de la creación a la resurrección,
el latido que pulsa en toda la creación.

La vida de Jesús, su paso entre nosotros,
está pautada por dos grandes movimientos:

Un movimiento de descenso que comienza en la encarnación,
se duele en la pasión y muere en la cruz,
y otro movimiento que se enciende en la transfiguración,
estalla luz en la resurrección
y se reúne, eleva y oculta en la ascensión.

El movimiento de descenso, su kénosis,
su despojamiento de todo poder, no nos es extraño:
es la realidad y la radicalidad de un Dios
que asume la imagen y la semejanza de los hombres,
y, entre los hombres, la de los más débiles.

Que se encierra en el tiempo para abrirlo a la eternidad,
que desciende hasta los infiernos para elevar su descenso al cielo.

Si en la resurrección se cumple el deseo más hondo del hombre:
no desaparecer, no morir,
en la Ascensión se manifiesta la esperanza más humana del hombre:
tampoco morirá nuestra historia.

Nuestra corporeidad, la carne misma,
la historia hecha huellas en nuestro rostro,
la vida cargada en nuestras espaldas,
todo eso entrará en el cielo:
todo eso es definitivo, está grávido de eternidad.
Todo eso, de alguna manera, será para nosotros Dios.

Es la vida entera la que adquiere en la Ascensión su significado definitivo:
Seguiremos latiendo en el cielo: seremos en la eternidad de Dios,
y, más aún,
permaneceremos eternamente humanos
en la medida en que en esta vida encarnemos nuestra alma,
la concretemos amor, la entreguemos a los otros.

La ascensión de Jesús es la creación del cielo,
el lugar humano y divino donde los mortales seremos divinos,
donde la divinidad del Verbo ya es para siempre humana.

El cielo no es un lugar, no es un algo: es ahora un alguien,
es otro nombre de Jesús.

El cielo empieza cuando Jesús se eleva,
cuando en él se reúene la humanidad resucitada del Hijo
con el insondable abismo que llamamos Dios,
con el misterio de fecundidad que invocamos “Padre”.

La ascensión del cuerpo de Jesús disuelve la división entre tierra y cielo.
Ya no se trata de negar la tierra para afirmar el cielo;
se trata de reunir el cielo y la tierra,
de hacer de la tierra el lugar donde la justicia y el amor,
el sacrificio y la solidaridad se conviertan en realidad.

Como no se impuso con poder en la encarnación, ahora,
en la ascensión, Jesús no impone su herencia,
no impone su reino:
lo ofrece como se ofreció él a los hombres en la encarnación,
como se ofreció al Padre en la cruz,
como se ofrece cada día en la eucaristía,
como se ofrece ahora a través de nosotros,
a quienes nos envia a predicar,
a quienes nos deja como sus testigos.

Y quizás esta, su despedida, sea su mayor abajamiento,
su despojo mayor:
dejar su reino en nuestras manos y su poder en nuestra debilidad,
haciéndonos testigos de su ascensión.

Testigos de la ascensión que se testimonia descendiendo compasivamente
hasta el dolor de cada hombre,
hasta el dolor humano en el que Jesús sigue y seguirá estando
con nosotros hasta el final de los tiempos.


Hugo Mujica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Tiene publicados más de veinte libros y numerosas antologías personales editadas en quince países; alguno de sus libros han sido publicados en inglés, francés, italiano, griego, portugués, búlgaro y esloveno.

www.hugomujica.com.ar

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