Todos experimentamos la tensión entre nuestras limitaciones y nuestro deseo de plenitud, esa plenitud que es la Vida misma habitándonos. Aceptar serenamente esa tensión es aceptar la paradoja de la Vida.
Hay formas de vivir que no aceptan las contradicciones, que luchan por mantener una coherencia que ralla el absurdo en la medida en que se despega de la realidad, que viven con una mirada altiva lo que otros experimentan en la horizontalidad que los acerca. Sin embargo, existen otras personas que encarnan vidas que mantienen la tensión que esconde la existencia, que narran sus vidas desde la paradoja que mantiene la unión y enmarcan el propio relato, historias que terminan aceptando lo que no desean, lo que pudiendo ser de otro modo termina por imponerse más allá de los dominios indómitos de uno mismo.
La paradoja revela algo que ya conocemos pero que no terminamos de saber; saber en tanto que consentimos su realidad. El ser humano es el único sujeto que vive la tensión desde su capacidad consciente pues es el único que se enfrenta con su naturaleza instintiva y emocional que, casi al unísono, pulsan desde su interioridad haciendo mella en sus decisiones y su voluntad. Esta tensión mal vivida parece tener como finalidad la infelicidad de la persona pero, nada más lejos de ello, lo único que pretende es ofrecerse como posibilidad para el encuentro desde la originalidad y la singularidad que entraña la Vida, savia del Misterio que revitaliza en la media en que nos abrimos a ella cuando aceptamos lo paradójico que rebasa nuestras creencias.
Luchar contra la contradicción es una batalla que no podremos ganar pues uno, si es del todo sincero, no puede rivalizarse consigo mismo.
Luchar contra la contradicción es una batalla que no podremos ganar pues uno, si es del todo sincero, no puede rivalizarse consigo mismo.
El ser humano escribe su relato en el marco de esta tensión que mantiene una unidad en lo más profundo de él. Allí, en lo más nuclear de su mismidad, esconde un vínculo con ese Otro que, siendo infinitamente más qué él, decide vivirse finitamente como alteridad en primera persona. Ese Fondo es el que nos une y nos permite reconocer las paradojas que entrañan el adentro de cada cual y que, sin que advirtamos cómo, nos convoca a un encuentro único en la fraternidad fontal que no logramos comprender porque, también, mana desde la singularidad que le es propia.
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