
Jose Chamorro
Una parábola que nos deja una profunda enseñanza: Dios, la Felicidad, el Sentido de la Vida… ¿son el término del camino, o el camino mismo?

Aquella fría mañana de invierno, el muchacho caminaba como cada día por su sendero. Un sendero que era el suyo, pero que se asemejaba al de tantos otros buscadores y locos de Dios. En esa ocasión era un sendero sinuoso con cierta tendencia hacia arriba y con algunas que otras piedras que sortear, así como la gravilla que en ocasiones hacía que resbalara.
“¿Hacia dónde estoy marchando? ¿No estaré perdiendo estos años de juventud?”, se dijo para sí en un intento de autocomprensión.
Al joven le solía dar igual el tipo de tierra que sostenía sus pies, pues había pisado todo tipo de superficies hasta ese momento: pedregosas, arenosas, unas más compactas y otras más arcillosas; e incluso el color de la misma había ido cambiando en su recorrido: roja, negra, de distintos tonos marrones, pero cada una de ellas con sus matices que le facilitaban el paso en unos momentos y en otros tantos dificultaban su marcha, aunque lo más importante para él era que todos le habían posibilitado avanzar y no tener que detener su marcha.
Pensaba que, a pesar de no haber tenido nunca que detener el paso, se encontraba un poco perdido, pues más que el cambio de color o de tierra, sentía dentro que no hacía más que cambiar de rumbo. Un camino unas veces orientado en una dirección y otras en sentido contrario, en ocasiones recto, pero todos ellos siempre hacia arriba. Quizá esto era lo único que le hacía mantener un atisbo de esperanza, pues su objetivo estaba en las alturas.
Ese día, cuando aún llevaba no mucho tiempo caminando, decidió hacer la primera parada de toda su vida. Paró en seco su paso. Por primera vez, una sensación de angustia eliminó el frío que sentía en sus manos. “¿Hacia dónde estoy marchando? ¿No estaré perdiendo estos años de juventud?”, se dijo para sí en un intento de autocomprensión.
Fue entonces cuando decidió girarse hacia atrás. Desde allí divisó todo el camino recorrido. Cada curva, cada color se podía apreciar con claridad desde donde estaba. En ese momento comprendió que no había cambiado de sendero, que el camino que llevaba era siempre el mismo. Entendió que aquello debía ser así para aprender todo lo que ya tenía en su mente y, sobre todo, en su corazón. Y, lo más importante, sintió profundamente que su esfuerzo no solo estaba mereciendo la pena sino que compensaba la alegría que estaba sintiendo al saberse con la certeza de hacer lo que él mismo había decidido.
El muchacho retomó la marcha alegremente y, conforme avanzaba, más seguro y feliz se encontraba. En uno de esos instantes, una intuición cruzó raudamente su pensamiento: “¿Y si Dios, al que busco, no estuviera allí en el horizonte, sino que fuera el que sostiene mis pasos, y simplemente cambia de color como cambian de color las pieles de todos los buscadores que pueblan la tierra?”
Cuentan que este joven, como tantos otros antes que él y como otros tantos que surgirán, se convirtió en sabio, y su camino no se olvidó y quedó para siempre en la memoria de la historia y de todos los senderos espirituales del mundo.
Jose Chamorro
Reproducido de “Las Estaciones del silencio”, Jose Chamorro, Ediciones Mensajero, Bilbao, 2012, páginas 271-272.
Reflexiones:-
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MARIAN SAD dice:
7 marzo, 2018a las18:04MUY BUENO ,APLICANDOLO A MI VIDA,, YO ELIJO MI CAMINO DIOS GUIA MIS PASOS,,
MARIAN SAD dice:
7 marzo, 2018a las18:02YO ELIJO MI CAMINO, PERO DIOS GUIA MIS PASOS…
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