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El cuarto portal

Fabiana Fondevila

Las palabras tienen poder: poder para alegrarnos, poder para lastimarnos, poder para adormecernos y poder para despertarnos. ¿Cómo encauzar el poder de la palabra hacia el bien?


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Todos sabemos que las palabras tienen poder. Poder para alegrarnos, poder para lastimarnos, poder para adormecernos y poder para despertarnos. Tienen poder sobre nosotros las palabras que emiten otros, y también lo tienen las que nos dirigimos a nosotros mismos.

En la tradición budista, el hablar correcto forma parte del sila, o conducta ética, que a su vez es el tercer elemento del noble camino óctuple, que lleva al cese del sufrimiento. ¿Qué involucra ese “hablar correcto”? Hablar con la verdad, hablar con ánimo de no dañar, y si es posible, de ayudar, hablar con el corazón. Dice Jack Kornfield, autor de valiosos libros sobre el budismo y la meditación: “Si queremos hacer el bien, éste debe estar presente en las las palabras que decimos a las personas con las que vivimos, a las personas que nos cruzamos en la calle, a las personas con las que interactuamos en los negocios, a las personas con las que trabajamos. Si queremos evitar la guerra nuclear, debemos prestar atención a lo que decimos, prestar atención a si las palabras que decimos están conectadas con nuestro corazón, a cuándo no lo están, y a qué está ocurriendo cuando no lo están”.

¿Qué involucra este “hablar correcto”? Hablar con la verdad, hablar con ánimo de no dañar, hablar con el corazón.

A veces es el miedo el que nos lleva a guardarnos la palabra justa y necesaria: miedo a exponernos, a decir demasiado, a mostrarnos débiles o arrogantes, a equivocarnos. Y otras veces, por el contrario, la ansiedad y el temor nos llevan a hablar por demás, tapando los silencios incómodos que nos obligarían a mirar para adentro, a desnudarnos ante nosotros mismos, a entender más y mejor.

Cuenta Joseph Goldstein, profesor de meditación Vipassana, que una vez se propuso pasar un mes sin participar en ninguna instancia de “chismes”: no hablar ni una palabra sobre terceros en su ausencia, ni siquiera para decir algo positivo. Para su gran sorpresa, pronto advirtió que de ese modo perdía el 90 por ciento de su discurso.

¿Cómo saber cuándo hablamos desde el corazón? A veces alcanza con detenernos en medio de una conversación, conectar con nosotros mismos por un instante, y preguntarnos qué es lo que realmente queremos decir en ese momento. No lo que sale automáticamente, no la respuesta de rigor, la más ingeniosa, inteligente o simpática, sino aquella que desde nuestras profundidades pide ser dicha.

Ante la duda, cabe evocar aquella antigua máxima Sufí, que no ha perdido ni un ápice de su sabiduría con el correr de los siglos.

Dice así:

“Antes de hablar, haz que tus palabras atraviesen tres portales:
Ante el primer portal, pregúntate: ¿Es verdad?
Ante el segundo: ¿es necesario?
Ante el tercero: ¿es provechoso?”

Y hasta podríamos agregar un cuarto portal, a modo de profundización del tercero:

“¿Es amoroso?”

Allí estaremos golpeando las puertas del único juez capaz de responder con veracidad y conocimiento de causa: el antiguo y certero corazón.

Fabiana Fondevila


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