La esperanza no es una actitud pasiva, sino que implica un compromiso con la acción: “Espero, sí, pero aporto mi cuota de acción a esa espera, porque son esas acciones del aquí y del ahora las que me acercan a la esperanza de que puedo lograr lo que me he planteado”.
Esperanza no es espera quieta, no es inacción. Tampoco quiere decir ser un iluso, o un ingenuo. Transitar este camino con esperanza equivale a hacer las cosas sostenido por la confianza, en un presente que hace memoria del pasado y se proyecta hacia un futuro, con la certeza de que somos capaces de mejorarlo con nuestras acciones. Es decir: Espero, sí, pero aporto mi cuota de acción a esa espera, porque son esas acciones del aquí y del ahora las que me acercan a la esperanza de que puedo lograr lo que me he planteado, aun sin ninguna garantía de éxito. La única garantía debe quedar ubicada, en cambio, en la confianza de estar contribuyendo a acercarnos a un destino que anhelamos.
No hay proyecto más relevante para hacer con esperanza que la propia vida.
No hay proyecto más relevante para hacer con esperanza que la propia vida.
¿Cómo nos transformamos en seres esperanzados? Involucrándonos, con una plena disposición, tanto en la realidad interior y personal como en el exterior (sea social, cultural, de nuestras comunidades), para reflexionar y asumir que si el estado de situación que tenemos no nos satisface, estamos preparados y tenemos la voluntad de hacer un trabajo para modificarlo. ¿Cuándo? En el futuro. ¿Y cuándo se hace el futuro? El futuro se hace hoy. Y ese futuro no va a repetir el pasado, porque seremos capaces de actualizarlo, apelando a las dimensiones de la confianza y de la esperanza.
Te invitamos a compartir tus reflexiones: