David Steindl-Rast
Mientras que el optimismo dice ciegamente “todo va a salir bien”, la esperanza confía en que, aún en situaciones aparentemente sin salida, la vida nos puede sorprender con algo que no imaginábamos.
Es sabido que ni el optimismo ni el pesimismo son deseables, porque ninguno de los dos es realista. Si nuestro estado de ánimo es optimista, no nos interesa la realidad. “No me confundas con hechos; soy optimista”, decimos. Del mismo modo, en momentos de pesimismo tampoco nos interesa la realidad. La actitud que verdaderamente enfrenta la realidad es lo que en lenguaje religioso se llama esperanza.
La esperanza se sitúa muy lejos tanto del pesimismo como del optimismo. Tener esperanza es enfrentar la realidad, y la realidad es siempre sorprendente. Si algo no es sorprendente, no es real. La esperanza consiste en estar abierto a esa sorpresa. En su verdadero sentido religioso, la esperanza no es la convicción de que todo va a resultar bien; eso es optimismo. La esperanza, por el contrario, florece aún en medio de la desesperanza. Por lo tanto, lo opuesto a la esperanza no es la desesperanza, sino la desesperación. La esperanza es capaz de crecer en medio del desaliento, pues se niega a caer en la desesperación. Aún en situaciones que parecen sin salida, siempre hay lugar para la sorpresa, y la esperanza es quien nos dice “abrámonos a la sorpresa”.
Nos sorprendemos a nosotros mismos cuando estamos a la altura de las expectativas de alguien que nos mira con ojos de esperanza, y así crea para nosotros el espacio en el que podemos crecer.
No hablo de la sorpresa de un final feliz, al estilo de Hollywood. Eso es mero optimismo, algo que una y otra vez muestra ser poco realista. Pero permanecer abierto a la sorpresa aún cuando todo sale peor de lo que imaginábamos, eso es tener esperanza. La desesperación le pone un plazo a la realidad, mientras que la esperanza sabe que no existen plazos. Es por eso que la esperanza florece en medio de la desesperanza.
Hoy hemos degradado la esperanza convirtiéndola en optimismo, y es por eso que, como contrapartida, hay quienes se regodean en el pesimismo y la desesperación. La desesperación impide que la realidad nos sorprenda, mientras que la esperanza espera que la realidad se sorprenda a sí misma.
Al tener esperanza, creamos una realidad esperanzadora. Nuestra apertura a la sorpresa le presenta un desafío a la realidad. Es como una madre que mira a su hijo y le dice “sorpréndeme”, y el niño la sorprende. Al hacerlo, los niños se sorprenden a sí mismos en el proceso. Nos sorprendemos a nosotros mismos cuando estamos a la altura de las expectativas de alguien que nos mira con ojos de esperanza, y así crea para nosotros el espacio en el que podemos crecer. Esta actitud maternal es la que tenemos que tener hacia quienes se ven envueltos en el pesimismo, la oscuridad o la desesperación, en lugar de darlos por perdido o contradecirlos. En realidad, lo que están esperando es que se los contradiga. Por eso, si los miramos con ojos que dicen “sorpréndeme”, ellos nos sorprenderán.
Hermano David Steindl-Rast
Reproducido de The Sun (edición 137, abril de 1987).
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Guadalupe dice:
8 abril, 2016a las18:13Ultimamente he buscado un guía espiritual. Creo que lo he encontrado. En verdad, infinitas gracias.
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