Blog

Nying-Je, el sentimiento esencial

Las oscuridades del ser humano aparecen cuando se pierde contacto con el sentimiento esencial, la compasión, o lo que para los tibetanos es el Nying-Je. El Dalai Lama sostiene que cultivar este sentimiento es más eficaz que todas las leyes que puedan dictarse.


En un viaje reciente a Europa aproveché la oportunidad de visitar el campo de concentración Nazi de Auschwitz. Aunque había escuchado y leído mucho sobre este lugar, no estaba en absoluto preparado para tal experiencia. Mi reacción inicial al ver los hornos en los que cientos de miles de mis hermanos humanos fueron quemados fue de total repulsión. Me quedé atónito ante la mentalidad calculadora y el desapego de todo sentimiento del que todavía eran testigos espantosos los hornos crematorios. Luego, en el museo que forma parte del centro de visitas, vi una colección de zapatos. Muchos estaban remendados o eran pequeños; habían pertenecido obviamente a personas pobres y a niños. Esto me entristeció particularmente. ¿Qué mal podrían haber hecho ellos, qué daño? Me detuve a rezar, profundamente conmovido por las víctimas y por los perpetradores de semejante iniquidad, para que una cosa así jamás volviera a suceder. Y siendo consciente de que, así como todos tenemos la capacidad de actuar generosamente en pos del bien ajeno, también tenemos el potencial de ser asesinos y torturadores, me juré no contribuir jamás, de ninguna manera, a una calamidad semejante.

Hechos como los que transcurrieron en Auschwitz son violentos recordatorios de lo que puede ocurrir cuando individuos -y, por extensión, sociedades enteras- pierden el contacto con el sentimiento humano esencial. Es por esto que creo que, aunque es necesario tener legislación y convenciones internacionales que sirvan de salvaguarda contra futuros desastres de esta clase, dudo que su poder disuasor sea suficiente. Mucho más eficaz e importante que esta legislación es desarrollar nuestra sensibilidad ante los sentimientos de nuestros semejantes, a un simple nivel humano.

Sin embargo, cuando hablo de “sentimiento humano esencial”, no estoy pensando en algo vago y pasajero. Me refiero a la capacidad que todos tenemos de empatizar unos con otros, algo que en tibetano llamamos shen dug-ngal-wa-la-mi-sö-pa. Traducido literalmente, significa “el no soportar ver al otro sufrir”. Dado que esto es lo que nos permite comprender, y de alguna medida participar, en el dolor de otro, es una de nuestras características más significativas. Es lo que nos hace estremecernos ante un grito de auxilio, o conmovernos a la vista del daño causado a otra persona, o sufrir al entrar el contacto con el sufrimiento del otro. Y es también lo que nos obliga a cerrar los ojos cuando queremos ignorar la angustia ajena.

El hecho de que todos apreciemos que se nos muestre cierta amabilidad nos hace pensar que, por muy endurecidos que estemos, siempre persiste la capacidad de empatía.

Imaginemos que vamos caminando por un sendero desierto, con la única excepción de un anciano que avanza por delante de nosotros. De pronto, ese anciano tropieza y cae. ¿Qué hacemos? No tengo la menor duda de que la inmensa mayoría de los lectores se acercarán a ver si pueden ser de alguna ayuda. Es posible que no todos obren de ese modo, desde luego, pero al reconocer que no todos acudirían en ayuda de una persona en apuros no pretendo dar a entender que en esas contadas excepciones brille del todo por su ausencia esa capacidad de empatía que, según he dicho, debe de ser universal. Incluso en el caso de los que no obrasen así, sin duda que al menos tendrán la misma sensación de preocupación, por tenue que sea, que a la mayoría nos impulsaría a ofrecer nuestra ayuda. Desde luego, es posible imaginar a personas que, luego de haber padecido una guerra de muchos años de duración, ya no se conmuevan a la vista del sufrimiento ajeno. Lo mismo podría decirse con verdad de aquellos que viven en lugares donde prima un ambiente de violencia y de indiferencia hacia los demás. Incluso es posible imaginar que unos cuantos pueden sentirse exultantes a la vista del sufrimiento ajeno. Eso no demuestra, sin embargo, que la capacidad de empatía no esté presente en tales personas. El hecho de que todos apreciemos y agradezcamos que se nos muestre cierta amabilidad (salvo aquellos con alguna perturbación mental) nos hace pensar que, por muy endurecidos que estemos, siempre persiste la capacidad de empatía.

Como tal, nuestra capacidad innata para la empatía es la fuente de la más preciosa de las cualidades, que en tibetano llamamos nying-je. Aunque generalmente se traduce simplemente como compasión, el término comprende en verdad una riqueza de significados que es difícil de transmitir sintéticamente, aunque las ideas que contiene son universalmente comprendidas. Incluye las nociones de amor, afecto, bondad, gentileza, generosidad de espíritu y un corazón que siente. También se usa como una expresión de compasión y de simpatía. Pero, lo que es más importante, nying-je denota un sentimiento de conexión con otros, lo cual refleja su origen en la empatía. De modo que, mientras que podríamos decir “amo mi casa”, o “tengo gran afecto por este lugar”, no podríamos decir “tengo compasión” por estas cosas. Al no tener ellos mismos sentimientos, los objetos no pueden ser destinatarios de nuestra empatía. Por lo tanto, no podemos hablar de sentir compasión por ellos.

Aunque es claro de esta descripción que nying-je, o amor y compasión, es entendido como una emoción, pertenece a esa categoría de emociones que incluyen un componente cognitivo más desarrollado. Algunas emociones, como la repulsión que tendemos a sentir al ver sangre, son básicamente instintivas. Otras, como el temor a la pobreza, tienen este componente cognitivo más desarrollado. Podemos entonces entender al nying-je en términos de una combinación de empatía y razón. Podemos pensar en la empatía como sinceridad; la razón, en cambio, tiene el aspecto de practicidad. La combinación de ambas facetas es altamente eficaz. En este sentido, el nying-je es muy distinto de sentimientos más azarosos como el enojo y la codicia, que lejos de traernos felicidad, sólo nos aquejan y destruyen nuestra paz mental.

El hecho de que podamos aumentar nuestros sentimientos de preocupación y cuidado por otros es de suprema importancia, ya que cuanto más desarrollamos la compasión, más genuinamente ética será nuestra conducta.

Cuando actuamos a partir de nuestra preocupación por los demás, la paz que esta actitud crea en nuestros corazones trae a su vez paz a todos aquellos con quienes nos vinculamos.

De todo lo que he dicho, no debe desprenderse la idea de que la naturaleza humana no tiene aspectos negativos. Donde hay sentimientos, el odio, la violencia y la ignorancia surgen naturalmente. Aunque nuestra naturaleza se incline básicamente hacia la bondad y la compasión, todos somos capaces de crueldad y de odio. Es por esto que tenemos que luchar. También explica cómo individuos criados en un entorno estrictamente no violento puedan convertirse en los peores carniceros. En relación a esto, recuerdo mi visita hace algunos años al Washington Memorial, un monumento que rinde tributo a los mártires y héroes del Holocausto Judío en manos de los nazis. Lo que me impactó más fuertemente fue la manera en que catalogaba simultáneamente las distintas formas de la conducta humana. De un lado enumeraba las víctimas de actos indeciblemente atroces. Del otro, recordaba los actos de bondad heroicos de parte de familias cristianas y otras que asumieron conscientemente terribles riesgos para proteger a sus hermanas y hermanos judíos. Me pareció que muy apropiado, y muy necesario, mostrar ambas caras del potencial humano.

También hallamos que cuando actuamos a partir de nuestra preocupación por los demás, la paz que esta actitud crea en nuestros corazones trae a su vez paz a todos aquellos con quienes nos vinculamos. Trae paz a nuestras familias, paz a nuestros amigos, paz a nuestros trabajos, a la comunidad, y por lo tanto al mundo. ¿Por qué, entonces, querría alguien dejar de cultivar esta cualidad? ¿Puede haber algo ser más sublime que aquello que trae paz y felicidad para todos? Por mi parte, la mera habilidad que tenemos los seres humanos de reconocer las bendiciones del amor y la compasión me resulta un regalo precioso.

Extractos del libro “El arte de vivir en el nuevo milenio” del Dalai Lama.


También te puede interesar…

La empatía

Marshall Rosenberg sostiene que la empatía comienza atendiendo a las propias necesidades.


¿Sirve enojarse?

El Dalai Lama describe cómo la ira afecta nuestra capacidad de ver la realidad.


Cuando el mundo duele

Pequeños gestos con los que podemos contribuir a fomentar la paz en el mundo.


Reflexiones:

  1. REPLY
    mauricio dice:

    se agradece los significados que proporciona el Dalai Lama.pero puede indicar lo que ocurre ahora. bueno entendemos. los campos de exterminio actuales còmo Alepo, Siria .Gaza Palestina. los seres humanos que se lanzan al mar en cientos para escapar de la guerra.los blancos que son los inocentes .los ancianos los niños.

  2. REPLY
    Raul Ricardo Rottbärg dice:

    UNA EXPLICACIÓN SENSIBLE DEL PADRE DAVID STEINDL- RAST,MONJE BENEDICTINO,
    . DIOS NUNCA NOS ABANDONA.

    . ,,VIVE CON ÉL

Te invitamos a compartir tus reflexiones: