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La sacramentalidad del momento

Jose Chamorro

¿Cómo vivir cada instante, de manera que sea para nosotros punto de encuentro con nuestro propio ser y con el Misterio? El silencio y la atención son las claves para descubrir la sacramentalidad del presente.


Esta expresión, fruto de la mística cristiana, señala la importancia que hay inmersa en cada momento de la vida. No se trata de un “vivir desenfrenado e irresponsable”, sino de captar la profundidad que radica en cada cosa que acontece. Es así como podemos denominar que el momento presente, este instante en el que ahora estás leyendo esto, señala una dirección que va más allá de la palabra leída, que toca el límite consciente a partir del cual dejas de ser tú el que lee para ser leído. Es este, de modo claro, el camino espiritual común que es señalado continuamente en la pluralidad de las Tradiciones Espirituales de la Humanidad. Como dice Willigis Jäger: En el fondo, en el camino espiritual no hacemos nada especial: intentamos llegar al momento y hacernos uno con aquello que en ese momento hacemos (1). Pero ¿cómo accedemos de lleno a la experiencia profunda y trascendente que subyace al momento?

Silencio y soledad: condición sine qua non

A propósito de lo que estamos diciendo, expresaba el sabio indio Jiddu Krishnamurti lo que sigue: Para descubrir algo es necesario mirar; y para mirar hay que permanecer en silencio (2). El silencio aparece como una condición previa y necesaria para que uno pueda descubrir la hondura que posee el momento presente. No hablamos tanto del silencio exterior, que es necesario, sino que nos referimos fundamentalmente al interior. Un silencio interior que implica un estado de quietud tal que el pensamiento calla. Cuando esto tiene lugar podemos afirmar que estamos en soledad y, por tanto, acompañados exclusivamente de nosotros mismos. Es este el estado que tan a menudo expresamos que deseamos, pues nos inspira sosiego y tranquilidad pero que, por el contrario, no terminamos de buscar, ya que se nos presenta como una verdadero reto que asumir. Solamente en la soledad puede llegar lo infundado, sólo en la soledad se puede encontrar la dicha (3), y la experiencia profunda del momento.

Atención: el sacramento primordial

La atención es el médium a través del cual somos capaces de captar lo que de espiritual tiene el discurrir cotidiano. Es el acicate mediante el que se produce la experiencia mística inherente al ahora, y que produce la vuelta a la simplicidad, del vacío, del dejar que Dios aflore en nosotros y hable por nosotros (4).

No podemos engañarnos y pensar que el sentido de la vida tiene lugar con el transcurso de los años, pues en realidad lo tiene en el aquí y el ahora.

Porque como decía el Maestro Eckhart, lo importante para la experiencia no es el éxtasis, oír revelaciones, tener visiones. Lo importante es lo cotidiano (5). Porque poniendo toda nuestra atención en lo que hacemos es como logramos que nuestra consciencia se abra de modo que por fin estemos totalmente presentes. Con esta presencia cargada de atención plena es como logramos percibir la vida que reside en todo, y que continuamente borbotea como una fuente de agua. No podemos engañarnos y pensar que el sentido de la vida tiene lugar con el transcurso de los años, pues en realidad lo tiene en el aquí y el ahora.

En el fondo, como hemos apuntado al principio, vivir una verdadera espiritualidad significa practicar la atención en todas las dimensiones de la vida. Ella sobrepasa lo individual y personal y, al mismo tiempo, lo incluye (6). En definitiva, de lo que se trata es que a través de nuestra atención seamos capaces de darnos cuenta de la divinidad rebosante que hay en cada instante (7).

Espacio: el lugar privilegiado

El tercer requisito que planteo es el espacio. Considero que si bien cualquier lugar puede ser una puerta hacia ese estar presentes, también entiendo que hay sitios que favorecen aún más la experiencia de la que hablamos. Entre éstos ocupa un lugar privilegiado el medio natural. Los árboles y el agua tienen una cualidad que nos ayuda a conectarnos con el momento con una facilidad pasmosa. Hay lugares de la naturaleza que contienen tal belleza que se hace sumamente fácil quedar en silencio y poner toda nuestra atención en los miles de matices que embellecen la escena. Colores, formas, olores, sonidos… cada uno de ellos es capaz de captar para sí nuestra atención, ofreciéndonos la oportunidad de sumergirnos en el presente, de percibir la vida en todo su esplendor. Tal vez la mística de los sentidos (8), una vertiente de la mística cristiana que ya se encuentra en Orígenes y que fue elaborada por otros maestros posteriores, pudiera ser un buen método para llevar acabo lo que nos planteamos.

De igual modo sucede con aquellas ermitas o templos pequeños que, en la simplicidad de sus formas, contienen un halo espiritual difícil de obviar. Estos lugares poseen una cualidad que los hace destacar entre otras iglesias monumentales en las que uno se pierde mas que se encuentra. Es el caso de muchos de los templos románicos que están dispersos por la geografía española. El románico se convierte así en una puerta desde la que mantener la atención y el silencio se hace tarea fácil.

Qué duda cabe que también esto puede suceder en un parque de nuestra localidad o incluso mientras caminamos por la acera; pero es mucho más complicado, pues el primero de los requisitos que enumeraba, el silencio, no se termina de cumplir plenamente.

Se trata de que a través de nuestra atención seamos capaces de darnos cuenta de la divinidad rebosante que hay en cada instante.

Cada momento de nuestra vida tiene un carácter sacramental que apunta, revela, recuerda y hace presente a ese Algo más grande sobre el que todo descansa y desde el que todo nace. Cada instante, cuando logramos percibir su profundidad, se hace diáfano mostrándonos la trasparencia del Misterio al mismo tiempo que nos sumerge en nuestro propio ser, nos ayuda  a percibir la sintonía con la totalidad y nos hace sentir que somos llamados al ser en plenitud, no a un pedazo de ser (9). Pero no hay que olvidar que dicho carácter sacramental conlleva un compromiso, un cambio en el modo de percibir la realidad. Ya con los primeros cristianos de lengua latina, la palabra sacramentum suponía un compromiso de cambio en la praxis; una conversión que no era tanto a nivel de principios y convicciones acerca de Dios, sino que pretendía el florecer de unos valores más subversivos con el status social (10). Así, en consonancia con esto, podríamos afirmar que captar el carácter sacramental del momento nos invitaría a tener un nuevo modo de mirar la vida de forma que fuésemos capaces de salir de la superficialidad que caracteriza nuestra sociedad.

En definitiva, lo que pretendemos decir con todo esto es que el gran reto para nosotros reside en ser capaces de estar y ser en la vida de modo que podamos captar y sentir su profundidad inherente. Este nuevo modo permitirá que las personas seamos cada vez más conscientes a la vez que logramos ser más humanos, pues es esto mismo lo que se consigue cuando se está plenamente en el aquí y ahora.

Con todo esto, que lejos de ser imposible se hace accesible, también logramos ver la unidad que reside en la multiplicidad aparente. De igual modo que todos los rostros que pueblan la faz de la Tierra comparten la humanidad que son, así en la diversidad de religiones, paisajes, costumbres… también se puede percibir la unidad que lo conecta, del mismo modo que la rosa no es el loto pero ambas son conformes al arquetipo de la flor (11).

Me gustaría finalizar con unas palabras que Jean-Pierre de Caussade, místico cristiano, escribió en su libro “El abandono en la divina Providencia”: Alma querida, tú andas buscando a Dios, y él está en todas partes. Todo te lo revela, todo te lo da; está junto a ti, a tu alrededor, en ti mismo, ¡y andas buscándole! Posee la sustancia de Dios, y buscas su idea. Buscas la perfección, y está en todo cuanto de sí mismo se te presenta (…) (12)

Jose Chamorro

Publicado originalmente en el número 261 de la revista Religión y Escuela (RyE), editorial PPC.

Notas:
(1) Sabiduría Eterna. Verbo Divino, Estella 2010, 46  Volver arriba
(2) Dichos de Krishnamurti. Sirio, Málaga 2003, 155  Volver arriba
(3) Ídem, 156  Volver arriba
(4) BOFF, L. Mística y Espiritualidad. Trotta, Madrid 1999, 67  Volver arriba
(5) Ídem  Volver arriba
(6) Sabiduría Eterna. Verbo Divino, Estella 2010, 50  Volver arriba
(7) Cfr. JÄGER, W. Adonde nos lleva nuestro anhelo. Descleé, Bilbao 2005, 72  Volver arriba
(8) Cfr. BOFF, L. Mística y Espiritualidad. Trotta, Madrid 1999, 67: «Ver: concentrar toda nuestra atención únicamente en ver, en todo lo que se pueda ver. No pensar. Acostumbrarse a captar todos los matices de las cosas. Después intentar agudizar el oído, oír todo lo que se pueda. Para quien se acostumbra a eso, es una sinfonía: el pájaro que canta, el cachorro que se oculta allá lejos, el susurro de las cosas…Eso enriquece. El tacto: captar la brisa, el viento, la atmósfera…».  Volver arriba
(9) Cfr. BOFF, L. Tiempo de Trascendencia. Sal Terrae, Santander 2002, 64  Volver arriba
(10) Cfr. BOFF, L. Los sacramentos de la vida. Sal Terrae, Santander 2009, 125  Volver arriba
(11) MELLONI, J. El Uno en lo Múltiple. Sal Terrae, Santander 2003, 17  Volver arriba
(12) JÄGER, W. Sabiduría Eterna. Verbo Divino, Estella 2010, 47  Volver arriba


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