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Me lo contó un pajarito

Compartimos un bello relato sobre una situación inesperada que se convierte en una lección de vida, en una invitación a responder con compasión en cualquier circunstancia.



Un día, hace varios años, al abrir la puerta de la cocina que da a la cochera, un pequeño pájaro, que aparentemente había quedado encerrado ahí toda la noche, al ver una salida inmediatamente voló hacia el interior de la casa. Mi primera reacción fue correr a cerrar la puerta del dormitorio y del baño para encerrarlo antes de que pudiera volar hacia la parte principal de la casa. Luego pensé que si abría las puertas vidriera, y la puerta de calle y la trasera, el pájaro rápidamente encontraría su camino de salida.

A la vez que hacía esto, el pajarito volaba frenéticamente desde un extremo al otro del living y el comedor. Sin pensarlo empecé a perseguirlo, tratando de que volara a través de alguna de las puertas abiertas y que encontrara así su libertad; pero estaba tan desesperadamente desorientado, que mis esfuerzos solo aumentaron su miedo.

Empezaba a sentirme extremadamente frustrada. Tenía un compromiso que cumplir, y no quería dejar al pájaro adentro de la casa. Compasión por la pobre criatura asustada era lo menos que pasaba por mi mente. Después de todo, quizás dejaría sus suciedades sobre los muebles o contaminaría algo.

Había sobrevivido a mi falta de sensibilidad, y me había dejado una gran lección sobre la importancia de responder en lugar de reaccionar.

Finalmente, mientras trataba de pensar qué más podía hacer para que fuera hacia alguna puerta, sus alas simplemente fallaron, y el pajarito se desplomó en el piso, con su pequeño cuerpo respirando tan violentamente, que yo casi podía oír sus latidos fuera de control. Lo observé con incredulidad, mientras él trataba de levantar las alas pero no podía. Sabía que si intentaba recogerlo del piso, el pobre pájaro podía morir ahí mismo, pero me di cuenta de que necesitaba sacarlo adonde pudiera ver el cielo abierto. Quería que tuviera alguna esperanza.

Fui a la cocina a buscar algún recipiente que pudiera usar para sacarlo fuera de la casa. Vi un bol mediano de acero inoxidable y rápidamente revolví en el cajón de las tapas hasta que encontré una que se adaptaba. Luego levanté el pájaro muy suavemente del piso en el hueco de mi mano, diciéndole que estaba ahí para ayudarlo. Tapé el bol, lo llevé afuera y saqué la tapa.

El pajarito yacía en el bol respirando con dificultad. Yo estaba segura de que se estaba muriendo.

Sentía mi corazón oprimido. Tenía remordimientos y en cierta forma me sentía culpable. Me decía que si no hubiera tratado con tanto empeño en dirigir al pájaro hacia alguna de las puertas abiertas, quizás la pobre criatura aterrorizada hubiera encontrado su camino hacia la libertad antes de desplomarse.

Nadie podrá jamás volver a decirme que los animales, las plantas, y aun las majestuosas montañas y los ríos no sienten.

Entré a la casa; ya no había más que yo pudiera hacer. El pájaro volaría o moriría. Me arreglé para mi cita y abrí la puerta de la cochera. Puse el auto en marcha, y mientras salía me pregunté si tendría el coraje de mirar dentro del bol. Tuve la visión de un pajarito muerto tendido allí, pero estaba equivocada. Me atreví a mirar, y el pájaro ya no estaba. Había sobrevivido a mi falta de sensibilidad, y me había dejado una gran lección sobre la importancia de responder en lugar de reaccionar. Me había enseñado la necesidad de practicar la compasión por el otro sin importar las circunstancias.

Durante los días siguientes, el hecho se transformó en meditación. Admití que yo había convertido la situación en un problema. No había mostrado compasión por el pajarito hasta que se desplomó. Esto me hizo recordar que compasión significa “estar con”, y decidí que la compasión por esa pequeña criatura podría haber hecho la diferencia.

Mientras revivía la escena, recordé mirando al pajarito que yacía retorciéndose en el piso del living y pensando “ese pájaro está muerto de miedo” y ahora sé que yo también lo hubiera estado. Me di cuenta de que si yo me hubiera encontrado encerrada en un lugar oscuro y frío sin ninguna posibilidad de escape, tan pronto como viera una posible salida, y una criatura enorme empezara a perseguirme, yo también habría sentido verdadero pánico.

Hasta el día de hoy estoy agradecida por la lección de toma de conciencia que recibí. Nadie podrá jamás volver a decirme que los animales, las plantas, y aun las majestuosas montañas y los ríos no sienten. La madre naturaleza es el mismo aire que todos respiramos, y es la vida que compartimos no solo con otros Homo sapiens sino con toda la creación.

¿Cómo lo sé? Me lo contó un pajarito.

Carol Ann Conner


Carol Ann Conner es periodista retirada y vive en Louisiana (Estados Unidos). Dedica su tiempo a la escritura y a conducir retiros espirituales para mujeres.

Artículo reproducido con permiso de Gratefulness.org


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