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David Steindl-Rast

Cercanos a las Fiestas de fin de año, compartimos reflexiones de Br. David en torno al gesto de hacer regalos. Cuando despertamos a la realidad de que todo es un regalo, entonces “círculos de conciencia cada vez más amplios hacen que nuestro mundo reviva”.

Un arco iris siempre se nos presenta como una sorpresa. No es que no se lo pueda predecir; sorprendente a veces significa impredecible, pero a menudo significa algo más. Sorprendente, en el sentido cabal de la palabra, significa de alguna manera algo gratuito. Aún lo predecible se transforma en sorpresa en el momento en que dejamos de darlo por sentado. Si supiéramos lo suficiente, todo sería predecible; y sin embargo, todo seguiría siendo gratuito. Aún si supiéramos cómo funciona todo el universo, el hecho de que haya un universo siempre nos seguiría sorprendiendo; tan predecible como podría ser, y sin embargo tanto más sorprendente.

Nuestros ojos se abren a ese carácter sorprendente del mundo que nos rodea en el momento en que despertamos y dejamos de dar las cosas por sentado. Lo que cuenta en el camino hacia la plenitud es que recordemos la gran verdad que los momentos de sorpresa quieren enseñarnos: todo es gratuito, todo es un regalo. La medida en que estemos despiertos a esta verdad, será la medida de nuestra gratitud; y la gratitud es la medida de nuestro estar vivos.

Hay distintos grados de estar despiertos en agradecimiento; nuestro intelecto, nuestra voluntad, nuestros sentimientos deben despertar. Demos una mirada más profunda a este proceso de despertar. Es el proceso de nuestro crecimiento en la gratitud.

El intelecto por sí mismo nos hace llegar hasta cierto punto; participa de la gratitud, pero solo en parte. Nuestro intelecto debería estar suficientemente alerta como para ver a través de las apariencias predecibles de las cosas, llegar a su esencia y encontrar allí la semilla de la sorpresa. Esto en sí es una tarea exigente. Pero la verdad también exige que el intelecto sea suficientemente humilde; es decir, estar con los pies en la tierra para conocer sus límites. El carácter de regalo en las cosas puede ser reconocido, pero no probado; al menos no por el intelecto solamente. Solo la experiencia de vida puede probarlo, y en la vida hay más de lo que el intelecto puede captar.

Hacer un regalo es celebrar el lazo que une a quien lo da y a quien lo recibe; y en esto consiste la gratitud.

Nuestra voluntad también tiene que desempeñar su papel; ella es también un complemento de la gratitud. La tarea del intelecto es reconocer algo como un regalo, mientras que la voluntad debe aceptar su carácter de regalo. ¿Por qué es tan difícil admitir un regalo como tal? He aquí la razón: cuando admito que algo es un regalo, admito mi dependencia de quien me lo dio. Esto puede parecer no tan difícil; sin embargo, hay algo dentro nuestro que se rebela contra la idea de dependencia. Queremos valernos por nosotros mismos; y sin embargo un regalo es algo que simplemente no nos podemos dar a nosotros mismos, al menos como regalo. Yo podría comprar lo mismo, o incluso algo mejor; pero no sería un regalo si lo compro para mí. Puedo salir y agasajarme con una magnífica cena, e incluso puedo después estar agradecido por el buen momento que pasé. Pero, ¿puedo estar agradecido hacia mí mismo por haberme agasajado tan bien? La gratitud se extiende más allá de uno mismo, pues lo que hace que algo sea un regalo es precisamente el hecho de que sea algo dado, y quien lo recibe depende de quien lo da.

Esta dependencia siempre está presente cuando un obsequio se da y se recibe. Hasta una madre depende de su hijo para el más pequeño de los regalos. Supongamos que un niño compra a su madre un ramo de flores: no le está dando nada que no haya recibido ya. Su madre le dio no sólo el dinero que gastó, sino también la vida misma y la educación que lo hizo tan generoso. Sin embargo, su regalo es algo de lo cual ella depende. No hay otra forma en que ella pueda recibir el ramo como un regalo, e incluso encuentra más alegría en esa dependencia que en el regalo en sí. Hacer un regalo es celebrar el lazo que une a quien lo da y a quien lo recibe; y en esto consiste la gratitud.

La interdependencia de la gratitud es verdaderamente mutua. Quien recibe el regalo depende obviamente de quien lo da. Sin embargo, el círculo de la gratitud no está completo hasta que el dador se transforma en receptor: un receptor de agradecimiento. Cuando damos las gracias damos algo más importante que el obsequio que recibimos, cualquiera haya sido. El mayor regalo que podemos hacer es dar las gracias. Cuando hacemos un regalo, damos de lo que podemos prescindir, pero cuando damos las gracias nos damos a nosotros mismos.

En el momento en que admito el regalo como un regalo, y por lo tanto admito mi dependencia, soy libre; libre para seguir adelante en mi camino hacia la gratitud plena. Esta plenitud llega con la alegría de valorar el regalo. El aprecio es la respuesta de nuestros sentimientos. Nuestro intelecto reconoce el regalo como regalo, nuestra voluntad lo acepta, pero solamente nuestros sentimientos responden con alegría y lo valoran plenamente.

La verdadera toma de conciencia nos revela la gratuidad de todo lo que nos rodea. Cuando nuestro intelecto aprende a reconocer el aspecto de regalo que el mundo tiene; cuando nuestra voluntad aprende a aceptarlo y nuestros sentimientos a apreciarlo, entonces círculos de conciencia cada vez más amplios hacen que nuestro mundo reviva.

Tomado del libro La Gratitud, Corazón de la Plegaria, del hermano David Steindl-Rast.