Al cumplirse el centenario del nacimiento de Thomas Merton (1915-1968), místico, poeta, activista social y pionero del diálogo interreligioso, ofrecemos las notas que tomó el hermano David durante las conferencias que Merton brindó en el monasterio cisterciense de Whitethorn, California, poco antes de su partida hacia Oriente.

Capilla del monasterio de Nuestra Señora de las Secoyas en Whithethorn, California
Cuando recuerdo el último encuentro que tuve con Thomas Merton, lo veo de pie en el bosque, escuchando caer la lluvia. Después, cuando comenzó a hablar, no rompió el silencio, sino que más bien lo transformó en palabras. Luego continuó escuchando la lluvia. “Hablar no es lo más importante”, dijo.
Éramos un puñado de hombres y mujeres que buscábamos la renovación de la vida religiosa, y habíamos ido a visitar a Thomas Merton en California antes de que partiera a Oriente, para pedirle que nos instruyera acerca de la oración. Pero él insistía en que “nada que cualquiera diga acerca de la oración tiene importancia. Lo que importa es la oración en sí misma. Si quieres aprender a orar, el modo de aprender es orando”.
“Lo más importante es que estamos aquí, en este lugar, en una casa de oración. Aquí hay una auténtica concreción del espíritu Cisterciense, un verdadero ambiente de oración. Disfrútenlo. Bébanlo. Todo: el bosque de secoyas, el mar, el cielo, las olas, los pájaros, los lobos marinos… es en todo esto donde van a encontrar las respuestas que buscan. Aquí hay una conexión entre todas las cosas”. (La idea de “conexión” tenía un profundo y misterioso significado para Thomas Merton).
Tres paredes de la capilla estaban hechas de bloques de piedra. La cuarta pared era toda de vidrio, y daba a un pequeño claro en el bosque de secoyas, tan altas que, a pesar de ser un inmenso ventanal, no alcanzábamos a ver más que las bases de los gigantescos troncos. Las ramas solo podían adivinarse por la forma en que la luz del sol se filtraba a través de ellas. El entorno natural de la capilla de Nuestra Señora de las Secoyas ofrecía una atmósfera propicia para la oración, sin mencionar a las mujeres que a diario rezaban allí acompañadas de su carismática abadesa. Un día, luego de escuchar el pasaje del Evangelio acerca del gran banquete de bodas, un enjambre de hormigas voladoras comenzó a marchar a través del claro del bosque justo en el momento en que en la capilla comenzaba la procesión para tomar la comunión: miles de alitas brillantes casi formando un cortejo de bodas. Todo “conectó”.
En la oración descubrimos aquello que ya poseemos. Comenzamos donde estamos, y al profundizar en lo que ya tenemos, nos damos cuenta de que ya hemos llegado a la meta.
Comenzar donde uno está y ser consciente de toda conexión: éste era el enfoque particular de Thomas Merton respecto de la oración. “Se nos han inculcado tanto las ideas del fin y los medios”, decía, “que no nos damos cuenta de que en la vida de oración hay toda una dimensión diferente. En la tecnología se da un progreso horizontal, en el que uno parte de un punto y se mueve hacia otro, y luego hacia otro. Pero esta no es la forma en que se construye una vida de oración. En la oración descubrimos aquello que ya poseemos. Comenzamos donde estamos, y al profundizar en lo que ya tenemos, nos damos cuenta de que ya hemos llegado a la meta. Lo tenemos todo; sin embargo, al comienzo no lo sabemos ni lo vivenciamos. Todo nos ha sido dado en Cristo. Lo que debemos hacer es experimentar y vivenciar aquello que ya poseemos”.
“El problema es que no nos damos tiempo para ello”. La idea de darse tiempo para experimentar, para saborear, para dejar que la vida misma se haga plena en uno, era algo central en la concepción de Merton acerca de la oración. “Si realmente queremos orar, debemos darnos tiempo. Debemos aminorar nuestra marcha a un ritmo realmente humano, y así tendremos tiempo para comenzar a escuchar. En cuanto comenzamos a escuchar lo que ocurre a nuestro alrededor, las cosas comienzan a tomar forma por sí solas. Pero para lograrlo debemos entender al tiempo de una manera diferente”.
“Una de las mayores ventajas que encontré en este monasterio fue la de poder estar atento a los distintos momentos del día: el momento en que los pájaros comienzan a cantar, el momento en que los ciervos aparecen entre la niebla matutina, la salida del sol… mientras que en el monasterio, tanto en invierno como en verano, Laudes se reza a la misma hora. Una de las razones por las que no hacemos una pausa es la sensación de que tenemos que estar en constante movimiento. Esto es ciertamente una enfermedad. Actualmente, el tiempo se compra y se vende, y nos sentimos permanentemente endeudados respecto del tiempo. Así, nos vemos amenazados por una reacción en cadena: exceso de trabajo – exceso de estímulos – exceso de compensaciones – muertes en exceso”.
“Debemos, por lo tanto, entender al tiempo de una manera completamente nueva. Somos libres para amar; tenemos que liberarnos de toda exigencia imaginaria. Vivimos en la plenitud del tiempo: cada momento es el tiempo de Dios, su kairós. La oración nos permite darnos cuenta de que ya tenemos lo que buscamos, no necesitamos ir corriendo detrás de ello. Todo el tiempo está allí a nuestra disposición; si nos damos tiempo, él se nos manifestará en plenitud”.
En contraste con quienes viven con la sensación de tener su tiempo limitado, el monje “tiene la libertad para no hacer nada sin sentirse culpable”. Todo esto me hizo recordar a Suzuki Roshi, abad de Tassajara, quien había dicho que el estudiante Zen debe aprender a “perder el tiempo conscientemente”. Por eso no me sorprendió oír a Thomas Merton referirse explícitamente al Zen: “Esto es lo que hacen quienes practican el Zen. Le dedican el tiempo suficiente a lo que necesitan hacer. Esto es lo que debemos aprender respecto de la oración: debemos darnos el tiempo necesario”. Todo ello implica entender al tiempo como un misterio que se va develando; una reverencia hacia una realidad que crece gradualmente”.
Estamos demasiado dominados por la opinión pública. Permanentemente nos estamos preguntando ‘¿qué van a pensar los demás?’ Sin embargo, esto es lo que Dios pide de cada uno de nosotros: ser nosotros mismos.
Reflexiones:-

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anita dice:
9 marzo, 2015a las15:14enhorabuena
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